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IVAN TERRASA-MADRID
A las seis de la mañana, confundiéndose entre grupos de jóvenes regresando a casa tras la madrugada de marcha, llegaba a las inmediaciones de la plaza de Colón la primera avanzadilla de mallorquines que ayer asistieron a la misa de canonización celebrada por Juan Pablo II.

«No me ha importado esperar cuatro horas» aseguraba Jaume Soberats de sa Pobla, «es más, como en los buenos partidos de fútbol el tiempo me ha pasado volando». Jaume Alemany, vicario episcopal de la Part Forana, cifraba en unos doscientos el número de mallorquines que habían viajado con su grupo, aparte de los que se desplazaron el fin de semana a la capital por cuenta propia.

Ni el fuerte calor ni las aglomeraciones fueron un impedimento para disfrutar de la mañana escuchando y observando al Papa. «Estábamos en tercera fila, lo hemos visto muy cerca ha sido emocionantísimo» contaba Marisa Hernández, una argentina que vive en Mallorca desde hace dos años. ¡Qué acto más digno! exclamaba excitada Catalina Mir, de Lluchmajor. «Estábamos comentando con un grupo de filipinos que teníamos al lado el valor que tiene el Santo Padre de desplazarse como lo hace».