Varios miembros de la familia real británica caminaron tras el féretro hasta Westminster.

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Centenares de miles de personas se dieron cita ayer en las calles de Londres para despedir, entre lágrimas de emoción, a la reina madre, la mujer que ha sido todo un símbolo de la monarquía británica durante el siglo XX. En torno a 25 representantes de las casas reales europeas "incluidos los reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía" figuraban entre los 2.000 invitados a las exequias, que se celebraron entre fortísimas medidas de seguridad y un despliegue de 2.500 policías en el área recorrida por el cortejo fúnebre. Fuentes de la policía británica calculaban en un millón las personas congregadas en los alrededores de la Abadía de Westminster para participar de alguna manera en el funeral de la reina madre, el de mayor pompa celebrado en el Reino Unido desde la muerte de Winston Churchill en 1965.

Muchas de ellas, pertrechadas con sacos de dormir y termos de café, habían comenzado a guardar sitio desde anoche. Lo que había sido una espera llena de cordialidad se transformó en un silencio emocionado a partir de las 10'15 GMT, cuando el cortejo fúnebre partió de Westminster Hall, donde había permanecido abierta la capilla fúnebre durante los últimos cuatro días. Nueve miembros de la familia real caminaban tras el armón que transportaba el féretro con los restos mortales de la abuela más querida del Reino Unido. Entre ellos destacaba el príncipe Carlos de Inglaterra, el nieto favorito de la reina madre, y quien hacía grandes esfuerzos por contener la emoción.

A las 10'30 en punto se guardaron dos minutos de silencio en todo el Reino Unido para marcar el comienzo de las exequias. Muchas tiendas permanecieron cerradas durante toda la mañana, para poder rendir un último homenaje a la Reina Madre. En un desfile organizado con precisión militar y acompañado por la música de 128 gaiteros escoceses, el féretro con los restos mortales de la reina madre salió sobre un armón de Westminster Hall, donde había permanecido instalada la capilla ardiente los últimos cuatro días. A los tañidos de la campana principal de la abadía "101, uno por cada año de la vida de la reina madre" nueve miembros de la familia real acompañaron a pie y a paso solemne el ataúd hasta la abadía, donde se celebraron hace 79 años sus esponsales y hace 50 la coronación de su esposo, el rey Jorge VI.

En el exterior de la abadía, la multitud concentrada pudo seguir la ceremonia mediante altavoces y pantallas gigantes. Muchos de los asistentes habían traído consigo ediciones de los periódicos en las que se detallaba el orden del servicio religioso y se unieron de modo espontáneo a las oraciones y al cántico de himnos. Numerosas personas no pudieron evitar las lágrimas, en particular al leerse un poema anónimo, al principio del servicio: «puedes verter lágrimas porque se ha ido o puedes sonreír porque ha vivido». La emoción alcanzó su culmen con la conclusión del servicio, que se cerró con la interpretación del himno británico, «God Save the Queen», acogido con aplausos y miradas de complicidad entre el público. Los presentes prorrumpieron en aplausos a la salida del féretro, que emprendía así su último viaje, y al ver a la reina Isabel II de Inglaterra.

Un tributo especial le fue ofrecido por la Fuerza Aérea británica, que hizo sobrevolar dos aviones «Spitfire» y un bombardero «Lancaster» de la Segunda Guerra Mundial por el centro londinense, mientras los restos mortales de la reina madre emprendían su último viaje. Entre el público, numerosas personas no pudieron evitar recordar los momentos en que esos aviones recorrían los cielos durante el sangriento conflicto bélico, en el que la decidida actitud de la reina madre la consagró como una heroína entre su pueblo. El príncipe Carlos acompañó, a petición especial, los restos mortales de la Reina Madre hasta Windsor (oeste de Londres), dónde fue enterrada ya por la tarde en la capilla de San Jorge, junto a su esposo, el rey Jorge VI, y su hija menor, la princesa Margarita.