Una exhibición de luz, color y exactitud matemática con el hundimiento de la Mir.

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EFE - NUEVA ZELANDA Una exhibición de luz, color, velocidad y exactitud matemática, cruzó al atardecer el cielo de las islas Fiyi, cuyos habitantes observaron el acontecimiento desde una posición privilegiada. Fue «una tarde muy espectacular», según declaró un fiyiano a la emisora de radio australiana ABC. Los habitantes de estas islas que asistieron al fin de la Mir describieron sus fragmentos como grandes bolas de fuego de color naranja amarillento que cruzaron el cielo a gran velocidad y altitud, y dejaron una cola de humo que duró apenas unos minutos.

Los servicios de emergencia de Australia, Nueva Zelanda, las islas Fiyi y otros países de la zona habían sido puestos en estado de alerta, después de que las autoridades rusas reconocieran que no podían dar garantías de que la operación finalizara según lo previsto. Por su parte, el Foro del Pacífico Sur se mantuvo en contacto con sus 16 miembros, un grupo de islas-estados que cuentan con 29 millones de habitantes, de los que 27 millones se reparten entre Australia, Nueva Zelanda y Papúa Nueva Guinea.

La Mir cayó al suroeste de las islas Pitcairn, pertenecientes al Reino Unido, en la zona deshabitada fijada por Moscú, a 160 grados oeste de longitud y 40 grados sur de latitud, y a 5.800 kilómetros de la costa este de Australia, indicó en Canberra David Templeman, subdirector del Servicio Australiano de Emergencias. Al contrario que en las Fiyi, los habitantes de Australia, Nueva Zelanda y otras pequeñas naciones del Pacífico Sur, tuvieron que contentarse con ver pasar a la Mir como una luz que destacaba sobre las estrellas y se escondió rápidamente tras la Vía Láctea.

Pero el verdadero regalo para todos fue el anuncio del Servicio de Emergencia Australiano de que las 20 toneladas de fragmentos incandescentes que se desprendieron del cuerpo de la Mir al entrar en la atmósfera terrestre, cayeron también en el mar y dentro de la zona fijada entre Nueva Zelanda y Chile. «Ni un solo pedazo cayó en tierra firme», confirmó Templeman, y alejó así todos los temores y el recuerdo de la Skylab, la estación espacial estadounidense que volvió a la Tierra en 1979 y cuyos fragmentos alcanzaron las costas del nordeste de Australia, aunque no causaron daños importantes.