Tomeu Homar es periodista y un enamorado del mar. | Pere Bota

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Tomeu Homar (Esporles,1966) es periodista y un enamorado del mar. Autor de los libros Esporles (Imatges d’ahir), A sobrevent, Històries de la Serra (VV.AA.) y El Llaüt (junto a Bernat Oliver), publica su nuevo libro Mar de tramuntana (Documenta Balear), una travesia en llaüt desde el Port d’Andratx al cabo de Formentor, con fotografías de Tolo Balaguer, que permite descubrir el patrimonio marítimo de la Serra, desde torres de defensa, puertos y faros a leyendas y tradiciones, y en el que no faltan piratas y contrabandistas.

Respetar el patrimonio implica conocerlo. Con esta premisa, Homar ha elaborado una obra a mitad de camino entre el reportaje periodístico y la crónica de viajes: «Pretendo fijar una serie de referencias, registros y conocimientos del patrimonio marítimo de la Serra para preservarlos, porque se están perdiendo, algunos de ellos físicamente. No soy historiador, soy un periodista que se ha documentado como si fuera a escribir un reportaje para la revista dominical de un periódico, aunque en este caso me ha dado para 120 páginas». Y es que Homar sostiene que el patrimonio marítimo es muy poco conocido por los propios residentes de la isla: «Los mallorquines vivimos de espaldas al mar, al menos culturalmente. Recuerdo que hace unos años la carrera de historia en la UIB incluía la asignatura de antropología cultural que te permitía saberlo todo de los segadores o los carboneros, por ejemplo, y nada sobre los oficios del mar. Parece que en Mallorca nunca haya habido marineros o pescadores y no es así: ¡Siempre hemos sido tan marineros como payeses!»

A la hora de elegir tres elementos significativos del patrimonio marítimo de la Serra, Homar lo tiene claro: «En primer lugar los escars o alcoves (construcciones a nivel del mar para guardar las embarcaciones) y varadors (vía por la que la barca sale de la mar para entrar en el escar y viceversa); en segundo lugar, le tengo mucho cariño a la leyenda de la Ribera de Canten-i-dormen, que es la versión mallorquina de El holandés errante ubicada en la costa pollencina. Y en tercer lugar, la referencia a las barcas de caña en Mallorca que nos relaciona con una de las formas de navegación más antiguas del mundo.

De Banyalbufar a Chicago

Según relata el periodista esporlerí, el contrabando ha dejado en la Serra numerosas huellas en forma de secretos, caminos, topónimos y construcciones. La tradición oral asegura que la primera Vespa que llegó a Mallorca de contrabando lo hizo sobre la cubierta del Pandora, un llaüt que durante décadas tuvo su base en el Port des Canonge. Pero, sin duda, una de las herencias más llamativas fue el conocido coloquialmente como cuartel de los carabineros en Escorca. La paradoja es que el cuartel vigilante fue construido en 1924 en unos terrenos cedidos por el financiero Joan March, propietario de numerosas fincas en la costa pollencina y que empezó a construir su fortuna gracias, precisamente, al contrabando. Mateu Mir Albertí, Mateïto, ocupa un lugar privilegiado en el podium de contrabandistas estrellas de la Serra, con una trayectoria vital digna de un Scarface banyalbufarí: «merece un libro para él solo», reconoce Homar. Con apenas 20 años, Mateïto ya había hecho de marinero, pescador, mestre d’aixa, armador y patrón de un velero dedicado al transporte de mercancías en Cuba. Años después, se instaló en Estados Unidos en plena ley seca y aprovechó sus contactos para venderle ron cubano de contrabando al mismísimo Al Capone, de quién llegó a ser su mano derecha, según reza la leyenda. Después de una vida azarosa, que incluye su proclamación como presidente honorario de Cuba durante unas horas, Mateïto acabó sus días en la Pedra de s’Ase de su Banyalbufar natal construyendo llaüts sin dejar el contrabando.

La Serra, como la totalidad de la isla, ha sido también un tesoro codiciado por piratas hasta el siglo XIX «como lo prueban las incursiones de los temibles hermanos Barbarroja, aunque no está documentado que ellos llegaran a pisar Mallorca», asegura Homar, que no se imagina el paisaje de la Serra sin sus torres de defensa: «la Torre des Verger a Banyalbufar o la Torre Picada de Sóller son ya postales icónicas de Mallorca». Como dice José Carlos Llop en el prólogo del libro, «El nombre hace la cosa y la cosa hace el nombre». Y es que, como admite Homar, el mar ha marcado también la toponimia de la Serra, como la propia denominación de Banyalbufar, el único pueblo de Mallorca que ha nacido y crecido cerca del mar, al contrario que otros pueblos que fundaron el centro del municipio tierra adentro e hicieron el puerto en el mar, como Sóller o Andratx. «Aunque hay diferentes interpretaciones», señala Homar, «la hipótesis más extendida es que deriva de Bany al hahar que, en árabe, equivale a «casas cerca del mar». Por tanto, estamos hablando de una auténtico «pueblo del mar».

El autor de «Mar de Tramuntana» reconoce con pesar que cada vez cuesta más mantener las embarcaciones tradicionales: «en cierta manera es lógico. Dedicarte a la pesca profesional en un llaüt de madera supone una mayor inversión que hacerlo en uno de fibra de vidrio. No obstante, en Mallorca, al igual que en Inglaterra o Francia, existe un movimiento a favor de mantener la navegación tradicional. La clave es encontrarle otro uso a las embarcaciones tradicionales, seguramente más lúdico, que permita también mantener oficios como el de mestres d’aixa, calafates y maestros veleros».

«Ni se teme al mar ni se le respeta»

Contraviniendo el dicho popular, Tomeu Homar considera que actualmente, la mayoría de la población ni le tiene miedo al mar ni tampoco lo respeta: «Lo hemos visto estos días, en que ha habido personas que han salido a navegar con el temporal más anunciado de los últimos años, o con gente que agrede a los bañistas desde sus motos de agua sin respetar ningún código marítimo». Se muestra también crítico con las instituciones «no hacen lo suficiente para divulgar la riqueza del patrimonio marítimo balear, aunque en los últimos años se ha avanzado». Al periodista esporlerí le preocupa el futuro del patrimonio marítimo balear en tiempos de masificación y de «selfies» en calas recónditas: «para protegerlo tenemos que conocerlo, y los mallorquines no somos conscientes del patrimonio marítimo que tenemos porque las instituciones politicas y culturales nunca han mirado el mar de cara».

En el epílogo de Mar de Tramuntana, Bernat Oliver imagina al Archiduque en la cubierta de su barco, el Nixe, pensando en «cuántas historias se quedan en la espuma que la barca deja». ¿Habrá mas libros detallando el patrimonio marítimo de otras partes de la costa mallorquina? «Me encantaría, aunque de momento no lo tengo previsto por falta de tiempo», dice Homar mientras busca un hueco en su agenda para salir a navegar en su llaüt.