A mediodía, un nutrido público llenaba el centro, desde Santa Maria la Major hasta prácticamente la estación. | Lola Olmo

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La Tercera Fira, rebautizada como Fira d’Època i de l’Art, es cada año la más vistosa de las tres Fires d’Inca que preceden al Dijous Bo. La colorida decoración que adorna las calles y plazas del centro, el vestuario de los vendedores y los grupos de animación logró trasladar la ciudad a la época medieval, un viaje al pasado que atrajo a un numeroso público de todas las edades.

Hacia el mediodía, la afluencia de público hacía casi imposible circular con fluidez por las calles Major y Comerç, arterias centrales de la zona de tenderetes. La Plaza España, en cambio, constituía un alivio donde tomar aire y contemplar la iconografía medieval que se había instalado para la ocasión. Incluso la diversión infantil pudo experimentar los placeres de una desconocida época sin tecnología, con una noria y un tío vivo de madera accionados manualmente que se instalaron en la Plaça Llibertat.

Uno de los polos de atracción fue, sin duda, el claustro del convento de Santo Domingo, donde el Rata Market volvió a contar con un éxito de participación. El mercadillo de creadores atrajo a un numeroso público familiar que disfrutó de las actuaciones infantiles programadas,  pero también del trabajo de una variedad de creadores en joyería, fotografías, macramé o textiles.

En las calles exteriores, los puestos de feria ofrecieron todo tipo de productos, desde embutidos a inciensos, ropa, joyas, velas, objetos de decoración, juguetes, ropa, una gran variedad de dulces y alimentos. Dentro de esta amplia variedad, los nostálgicos también encontraron sabores que les devolvieron a su niñez: castañas y boniatos asados y los turrones.