Yolanda Cruz habla desde su casa en Cala Sant Vicenç, donde vive con su hija. | Elena Ballestero

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Yolanda Cruz habla sobre su despido como operaria del servicio de recogida de residuos. Lo hace después de saber que un aspirante que no superó la prueba de fuerza del bolsín de trabajo ocupa ahora el puesto del que la cesaron en agosto por presunta «falta de fuerza». Ha llevado al Ajuntament de Pollença y a la empresa municipal a los tribunales.

Su despido llega meses después de que una chófer de un camión de basuras tuviera que ser readmitida tras su despido. ¿Conocía el precedente?
— Sí, estaba al corriente de todo y pensaba que ya se habían dado cuenta de que las mujeres tenemos el mismo derecho a acceder a un trabajo en condiciones.

¿No fue así?
— Al recoger la ropa de trabajo el encargado me dijo que no me hiciera ilusiones porque haber aprobado las pruebas del bolsín no significaba que el trabajo fuera mío. Estaba en pruebas y el contrato sería como mucho de un mes. A priori no me sorprendió. El primer día me asignaron la ruta de Pollença pueblo y vi que me seguía el encargado. Tampoco le di importancia, pero luego los compañeros me dijeron que era la primera vez que el encargado seguía a alguien. Tuve un buen compañero que me enseñó muy bien. Tengo la fuerza que tengo, que no será la misma que la de un hombre de 2 metros, pero superé las pruebas que tienen distintos baremos dependiendo del sexo y la edad.Cargué con todos los contenedores y solo tuve que levantar la mano para que me ayudara mi compañero para mover dos cubos de los que no tienen ruedas con la sobrecarga que tenían de basura esos días de agosto. A los dos días me cambiaron de compañero y me enviaron también de noche a la ruta del Moll, que es más dura. Me avisaron de que de nuevo estaba siguiéndome el encargado y respondí que no tenía nada que ocultar. Mi sorpresa llega cuando me dicen que firme la carta de despido porque, aunque tengo buena actitud no tengo fuerza, que retraso.

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Y decide ir a juicio.
— Sí. Me indigna que digan que retraso porque el chofer tenía que bajar a ayudarme cuando lo cierto es que el chofer baja habitualmente si hay un volumen excesivo de trabajo, esté yo o no esté. Lo hace por solidaridad. En la primera quincena de agosto Pollença triplica su población y en el Moll yo sola arrastraba contenedores para acercarlos al camión donde un hombre esperaba para engancharlos y el chofer para dar al botón.

Han pasado meses. ¿Por qué habla ahora?
— Porque mis compañeros me dicen que han contratado a un operario que suspendió la prueba de fuerza y que por eso no entró en el bolsín. Es como darme un bofetón con la mano abierta, una humillación que no voy a consentir. Me están diciendo que por ser una madre de 50 años no sirvo ni para recoger la mierda de otros.

¿Teme represalias si ordenan su reincorporación?
— No tengo miedo porque no tengo nada que perder y tengo muchos compañeros que me apoyan. Por supuesto que quiero volver. Le repito cada día a mi hija que no se tiene que rendir jamás.