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J. SOCIES/J. SITGES A las siete menos cinco de la tarde en el interior del Ajuntament los siete nuevos Cossiers esperaban con el rostro desencajado, notaban en su corazón una mezcla de alegría y nerviosismo a la vez.

Fuera, en la plaza, los jóvenes entrecortaban la música de los xeremiers con los gritos de 'Cossiers, Cossier'. Ya no había marcha atrás. Once meses de ensayos debían ver su fruto tal y como lo hicieron sus compañeros el pasado 15 de agosto.

A las siete en punto, era la hora de subir los cinco peldaños del catafalco y bailar, danzar, perpetuar la tradición y hacer la fiesta, montuirers y visitantes enloquecían. De pronto, el silencio, Tomàs Salom el flabioler sonaba Flor de Murta, en el séptimo toque de tamborino, Josep Canuto, Dama, y los Cossiers Toni Miralles Martorell, Toni Miralles Niell, Gaspar Mas, Joan Albert Cerdà, Tomeu Verger y Tomeu Rafel Ginard, bailaban, hacían lo que han aprendido de sus maestros, el ball dels Cossiers pero esta vez con las manos y piernas temblorosas y bajo la atenta mirada de una plaza Major que les tenía el ojo encima. Así todos los pasos uno tras otro, trencats, reverències, peus enmig, todos hasta el final que concluyeron con unos fuertes aplausos.

Los primeros nervios se habían esfumado pero faltaban