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C. MESTRE/ J.M. SASTRE Cristales de botellas de alcohol rotos, colillas, restos de vasos de cartón... No se trata del panorama de la plaza de un pueblo en día de verbena, es el aspecto que presentan cuatro puntos de la zona costera de Porto Cristo los domingos por la mañana. Los jóvenes, de entre 16 y 19 años, practican la ya conocida como «cultura del botellón» y se reúnen en las zonas de sa Torre, el Parc del Riuet, el paseo de Drassanes y una zona verde ubicada, junto al conocido Carreró.

Los vecinos de estas zonas no están dispuestos a aguantar ni los ruidos por las noches (las risas, gritos y las puertas de los coches abiertas con música a todo volumen) ni a contemplar los restos de la «marcha alternativa» en las mañanas de sus días festivos. Los hábitos de bebida entre los más jóvenes se han encaminado hacia la nevera en el maletero del coche. La premisa es emborracharse cuanto antes mejor y, lógicamente, que sea más barato. Después acuden a los bares a bailar y a escuchar música.

A lo que los asiduos del botellón llaman «escuchar» música, los propietarios de locales lo llaman «gorrear». Esta denominación, se hace extensible a todo lo que ofrecen en su bares «pagando cristianamente nuestras contribuciones», afirman. Los propietarios de bares no sólo se ven afectados por el «botellón» en la medida que los asiduos a este tipo de marcha no consumen en sus locales sino que «molestan a la gente que paga sus copas, utilizan los lavabos, a veces sólo para vomitar, y ensucian». En este sentido, añaden que «nosotros debemos pagar la limpieza de nuestros locales cuando muchos de los que los han ensuciado no se han gastado ni un duro en él».

La versión contraria de los que practican el garrafón es evidente: «Si las copas no estuvieran tan caras...». La respuesta de los propietarios, a quien de cada vez se les exige pagar más impuestos, es también rotunda: «El nivel de vida no lo marcan los bares, las copas suben con los impuestos».