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Un millar de jóvenes se pringaron al mediodía de ayer en Binissalem en el transcurso de una batalla campal con racimos de uva como única munición. Aunque la idea de hacer una tomatada, como sucede en la ciudad levantina de Buñol, a base de tirar uva planeaba sobre la cabeza de los binissalemers desde hace años, no ha sido hasta las Festes des Vermar de 2000 cuando la temida guerra se ha hecho realidad. En los últimos días, los jóvenes del municipio se han implicado en una multitudinaria colecta hasta reunir las 300.000 pesetas que han costado las seis toneladas de uvas que acabaron ayer espachurradas en las cabezas de los más audaces.

El alcalde, Salvador Cànoves, fue el encargado de dar el chupinazo de salida en el descampado de sa Coma, alrededor de las dos de la tarde. El batle no quitó el ojo de encima a los más jóvenes y en un visto y no visto desapareció del descampado escapando de la lluvia. En apenas unos minutos no quedaba racimo con fruto y el campo de batalla se asemejaba más a un barrizal que a cualquier otra cosa. Lo cierto es que la huella de los racimos aplastados sobre los jóvenes tardó algo en hacerse visible y es que sólo una de la media docena de montañas de racimos que ocupaban sa Coma era de uva negra.

Al final, no obstante, fue imposible pasar desapercibido y los racimos ya deshojados volaban más allá de la cinta de protección que limitaba el campo de batalla. Hubo persecuciones, manteos, comilones que aprovechaban los restos, de todo y para todas las edades. Y es que aunque la comida de fin de fiesta que se celebró en la plaza estaba limitada para los jóvenes de 14 a 30 años, en sa Coma no se limitó la entrada a nadie que se atreviera a cruzar el límite. La batalla de Binissalem fue memorable y se repetirá casi con toda seguridad el año próximo para alegría de los jóvenes y de los vendedores de detergente, y es que después de la «uvada» no quedó títere con cabeza. La mayoría acabó pasando bajo un chorro de agua.