Escaparate de Gabriel Vives Joies, epecializada en joyas antiguas. | M. À. Cañellas

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Las joyerías de Palma tuvieron su época dorada en los años 70, tras el primer boom económico, que perduró hasta principios de los 2000. La antes conocida como calle Platería, ahora Argenteria, tenía joyerías una al lado de la otra, sin embargo, ahora muchas han echado la persiana. Ultima Hora ha querido conocer el pulso de estos locales a través de las historias de cinco joyeros, quienes apuntan a la falta de relevo generacional, el cambio en los hábitos de los consumidores, la sustitución de lo artesanal por máquinas que manufacturan y la competencia de las grandes marcas, tanto de lujo como asequibles, como las causas del declive.

Gabriel Vives abrió Gabriel Vives Joies hace 25 años en la Costa de la Pols, número 5: «Tenía la idea de que estuviera especializada en joya antigua y al poco tiempo me di cuenta de que era una vía interesante», explica Vives. En su día a día, trata con clientas muy mayores, pero señala que en los últimos 10 años ha observado «todo un movimiento de gente joven, que ha encontrado el sabor y la calidad que hay en una joya antigua».

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Gabriel Vives. Foto: M. À. CAÑELLAS.

«Veo mucho interés por la orfebrería y eso anima a seguir porque no es un momento fácil», dice en alusión al encarecimiento de los metales: «Hace 30 años pagábamos un gramo de oro manufacturado a cinco euros, hoy se cotiza a 65 euros». «Con estos precios tenemos que vender la pieza mínimo a 90 euros el gramo, una cadena de oro de 10 gramos se va a 600 euros», expone. Vives reconoce que tendrá la tienda abierta «hasta que el cuerpo aguante», ya que tiene una hija que «le encanta este mundo pero quiere estudiar y no estar tras un mostrador».

Valentín García entiende bien esa situación, tras 53 años como joyero, está de liquidación en su tienda, Joyería Valentín, porque se va a jubilar y no tiene a quién pasar el testigo: «Tengo dos hijas pero tienen sus trabajos y no les interesa esto». García abrió su primera joyería en 1988, en la calle Blanquerna, tras años trabajando para otro joyero, y luego, en 1995 se mudó a la calle Crist Verd, en los Geranios. No tiene fecha de cierre, lo hará cuando venda «por lo menos el género más barato».

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Valentín García. Foto: M. À. CAÑELLAS.

En su local hay alta joyería que él mismo ha elaborado, pues es de los pocos que aún tiene taller. «Ahora todo viene de fuera, antes al menos era hecho en España, actualmente viene de India, China y Turquía, y las joyas son horrorosas, sin diseño ni calidad», asegura. Sobre el porqué se vende menos, García lo tiene claro: «No hay dinero. La gente no prefiere la plata por moda, es porque una cadena le vale 15 euros, mientras que una de oro son 1.500 euros».

Otro veterano en este oficio es Enrique Moreno, que lleva al frente de Enrique Moreno Joyeros desde hace 43 años en la Avinguda de Jaume III, en el número 24. «El problema que hay hoy en día es que la clase media no existe y ya nadie compra. Primero llegaron los italianos y luego ‘en barato’ los chinos y los indios. Ahora todo se hace a máquina y el oficio se está perdiendo», lamenta Moreno. Trabaja en la tienda con su hijo Alberto, al que le recomienda que no siga con el negocio «cuando él falte». «Las joyerías que pueden aguantar son las que vienen de fuera, como Cartier o Bulgari, que son casas con muchas tiendas por el mundo y si una va mal, compensan con otras», explica.

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Enrique Moreno. Foto: J. MOREY.

Además, «la clientela mallorquina de hoy prefiere invertir en escrituras antes que comprar joyas. En Mallorca no hay donde lucirlas, porque no hay sociedad», dice y añade que «la clientela que tenía hace 40 años era joven, pero ahora ha envejecido y las señoras tienen miedo de que les peguen un tirón por la calle». Asimismo, afirma que le han robado dos veces y que ahora está renovando el sistema de su tienda para cumplir con las medidas actuales: «Me cuesta 5.000 euros cambiar toda la estructura del local».

La visión pesimista de Moreno y García, que por cierto, trabajaron juntos unos años, no coincide del todo con la de Luis Forteza, de Joyas Forteza. Él es la cuarta generación que lleva el negocio familiar, desde hace 32 años. «Mi bisabuelo abrió la joyería en 1885, podemos decir que es la más antigua de Palma, al menos que haya pasado de padres a hijos», narra Forteza. Su local está ubicado en la calle Colom, número 2: «A mi bisabuelo le gustó la idea de ponerse aquí, cuando se abrió precisamente la calle, que fue una reforma urbanística que se hizo a finales del siglo XIX; tuvo la oportunidad y creo que fue un acierto», dice sonriendo.

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Luis Forteza. Foto: J. MOREY.

Forteza también duda sobre qué pasará el día de mañana con la tienda: «Va a seguir abierta, de momento, mientras yo la pueda llevar. Después, el futuro es más incierto, porque tengo una hija, pero por ahora no va a continuar, pero ya veremos». A pesar de la cuestión del relevo, cree que el problema de las joyerías es otro: «Hay una mala imagen de cara a las nuevas generaciones sobre este mundo. Se podría hablar más en positivo de las joyerías y siempre estamos diciendo que estamos fatal y que esto se acaba».

«Siempre ha habido problemas, yo me pongo en la piel de mi abuelo, que vivió la guerra civil, la segunda guerra mundial y la falta de suministro, y la verdad es que ahora estamos en un momento donde el comercio se puede desarrollar relativamente bien. Tenemos que transmitir más a los jóvenes la ilusión del pequeño comercio, del trabajo y de la relación con los clientes, que son fieles», asegura.

Quien sí ha conseguido transmitir esa ilusión de la que habla Forteza ha sido Pedro Miró, que tiene asegurada la continuidad de su tienda, ya que sus dos hijas trabajan con él en Joyería Relojería Pedro Miró, en la calle Sant Miquel. Su padre la abrió en 1932 en el numero 121 [numeración antigua], luego pasó al 53 y desde 2019 está en el 65.

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La familia Miró. Foto: TERESA AYUGA.

«Mis hijas, Patricia y Estefanía, lo han cogido con muchas ganas. Ambas se han formado para el oficio, Patricia, por ejemplo, está especializada en diamantes, es gemóloga», explica Miró. «Lo más importante para un negocio es conocer el producto y el manejo de todo. Yo tengo la suerte de que mis hijas están por la labor», comenta. El éxito de su negocio reside en que ha continuado siendo familiar y lo han cuidado «como un bebé». «He llegado a tener nueve tiendas y 22 empleados, pero ahora prefiero concentrar los esfuerzos en un solo sitio», expone.

Los negocios de Gabriel, Valentín, Luis, Enrique y Pedro han tomado rumbos distintos, sin embargo, todos tienen una cosa clara: las joyerías de antaño ya son como reliquias. En este punto hay que decir si uno se adapta a los nuevos tiempos o decide echar la llave y no mirar atrás.