El presidente y vicepresidente de la asociación de vecinos, Jaime Llabrés y Francesc Sastre. | Teresa Ayuga

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La calle Son Espases se ha convertido en un verdadero infierno para sus vecinos. Algunos de ellos viven a escasos diez metros del helipuerto del hospital, donde cada día aterrizan y despegan helicópteros, pasando por encima de sus casas.

«La semana pasada vinieron albañiles a ponerme las tejas que habían levantado las aspas de los helicópteros», dice el vicepresidente de la asociación de vecinos de la zona, Francesc Sastre. «Un día uno de los pilotos nos dijo que nos fuéramos de nuestra casa porque era peligroso estar cerca cuando despegase», explica el presidente de la asociación y uno de los que más cerca vive del helipuerto, Jaime Llabrés.

Un helicóptero sobrevolando la casa de sastre.

Ambos llevan años intentando que se mueva la pista: «Hemos mantenido cuatro reuniones con el Govern anterior, con la exconsellera de Sanitat, Patricia Gómez, y el director del Ibsalut, Manuel Palomino. Se rieron de nosotros», asegura Llabrés.

Durante estos encuentros, sin éxito, se propuso por parte de los vecinos trasladar el helipuerto a la zona del Servicio de Prevención de Riesgos Laborales o a un párking próximo a la entrada de Urgencias del hospital universitario. Sin embargo, ambas sugerencias cayeron en saco roto.

Otras quejas

A la situación desesperante de la ubicación del helipuerto se suman otras quejas que traen de cabeza a los residentes de la zona, como el hecho de que la calle lleva a oscuras desde hace dos meses. «Los cables de las farolas están cortados. Me quejé al departamento de Enllumenat Públic y me dijeron que la empresa instaladora no tenía cable en ‘stock’. Si viviéramos en el Born seguro que tendrían cable», critica Sastre.

Además de la falta de luz, los vecinos no cuentan con servicio de limpieza ni de agua potable y fecal. Sastre solicitó en su día, por escrito con entrada por registro, a Infraestructures si se podía habilitar agua potable, a lo que recibió una llamada de un técnico denegando su petición: «Estamos todos con fosas y camiones cisterna», se queja.

En cuanto a la basura, ahora se retira de la calle pero «hace cinco años nos cobraban el impuesto y no pasaba el camión», dice Llabrés. Tampoco se limpia, sólo cuando la vegetación molesta al autobús de la L9 que pasa por ahí.

Por último, al conectar la calle la carretera de Valldemossa con el Secar de la Real, la afluencia de coches es alta. El problema es que la velocidad no está regulada, ya que ni tan siquiera hay dormilones, y los turismos van a gran velocidad por un vía estrecha y larga, de un solo carril, de doble dirección y con curvas.