Fátima, pescadera en el Mercat del Olivar, con cartel que prohíbe las fotos de los turistas al género. | Teresa Ayuga

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‘No más fotos’ y ‘no tocar el género’. Estas son las frases que más repite a diario Fátima, que tiene una parada de pescado en el Mercat del Olivar, y se ha hartado de turistas que se pasean por esta céntrica plaza de abastos palmesana, copan los pasillos, fotografían sin descanso y entorpecen el trabajo. Al final ha terminado colocando carteles impidiendo tomar instantáneas. Lo confirma Juan Carlos Moll, gerente del Olivar: los guías con sus grupos de turistas «se han convertido en un auténtico quebradero de cabeza» para el correcto funcionamiento de esta plaza de abastos.

Moratoria

Hace ocho años, los mercados de Santa Catalina y el Olivar empezaron a experimentar un cambio drástico que no veían del todo con buenos ojos muchos placeros, tampoco los compradores de toda la vida, pero la tendencia parecía imparable: pasar de tradicionales lugares donde ir a hacer la compra de la semana a espacios gastronómicos con platos a la última y la posibilidad de degustar las ‘delicatessen’ más refinadas. Renovarse y vivir. Pero también se imponía encontrar el equilibrio entre comprar productos y la tendencia al alza de la degustación in situ en el mismo mercado.

Mientras las clásicas paradas de verduras, fruta, pescado y carne se iban cerrando por falta de relevo generacional, se sustituían por puestos de comida con una amplia variedad de platos y con sabores de todos los rincones del mundo. El cambio fue tan rápido y radical, que ambos mercados decidieron echar el freno a la restauración con una moratoria que, aún hoy, imposibilita la entrada de negocios similares, solo permite ampliar los ya existentes

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Una familia coreana comiendo en el Mercat del Olivar.

Para muestra, un botón: de los 102 negocios instalados en el Mercat del Olivar, todos en funcionamiento, hay 5 bares, un restaurante y 10 locales que ofrecen degustación, así como cinco puestos de take away. «El Olivar tenía una oferta claramente sobredimensionada, tanto en la zona de pescadería como en la de fruta y verdura. Decidimos abrirnos a la posibilidad de establecimientos de restauración, hasta que llegó un momento en el que esa tendencia amenazó con ‘comernos’, por eso decidimos echar el freno», explica Moll, que confía en el futuro de este mercado, a pesar de cambios y modas.

Misma opinión tiene Aina Moyà, presidenta del Mercat de Santa Catalina: «A pesar de que los hábitos de consumo están cambiando, la inflación y que la gente cocina menos y opta por preparados o no complicarse la vida, esta plaza de abastos tiene vida para rato», augura. También se congratula de haber bloqueado a tiempo el cambio que vivía esta plaza de abastos desde 2015, cuando el tardeo se puso de moda y el mercado se llenaba los sábados de juerguistas cuarentones que peinaban canas.

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Aina Moyà, presidenta del Mercat de Santa Catalina.

«Ahora tenemos 49 puestos abiertos, solo uno con la persiana echada y seis puestos de restauración. Hemos echado el freno. Pero lo que nos preocupa es la aprobación del Plan General de Ordenación Urbana de Palma (PGOU). La peatonalización puede ser la muerte para este mercado. Piense que tenemos los clientes palmesanos de toda la vida y los residentes extranjeros del barrio, pero los chárter y los residentes de Calvià nos salvan la semana. Si no pueden aparcar, no vendrán», apostilla Moyà.

Supervivencia

La problemática del Mercat de Pere Garau es diferente. L a plaza más popular se enfrenta al futuro con preocupación. La pandemia y el aumento galopante de los precios ha ‘tocado’ a los placeros. Lo explica Vicenç Fiol, de la frutería Hermanos Fiol, «hace un mes la alcachofa esta a cinco euros, ahora está a 3 euros los dos kilos, pero la gente no se da cuenta. Han bajado los precios, pero han cerrado las carteras».

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Vicenç Fiol, de la frutería Germans Fiol, del Mercat de Pere Garau. FOTO: M.A. CAÑELLAS

Por su parte, Pep Bonnín, presidente del mercado, apunta a que, aunque hay 11 puestos cerrados, en las próximas semanas abrirán paulatinamente cuatro negocios nuevos, y predice que esta plaza de abastos tiene futuro por delante. Sobre la mesa desde hace meses, la posibilidad de un cambio de horarios para adaptarse a los nuevos hábitos.

El caso del Mercat de Llevant es más delicado. Abierto en 1986, nunca terminó de funcionar. La concesión finalizó en 2021; Cort concedió una prórroga hasta diciembre de 2022 y una segunda hasta el 31 de diciembre de este año. ¿Y después? «No sabemos qué va a pasar con nosotros. Vivimos una lenta agonía y el Consistorio no parece encontrar una solución», lamenta Marga Tous, presidenta del mercado.

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Miguel Pizà y Marga Tous, del Mercado de Llevant. FOTO: M.A. CAÑELLAS

Ahora está abiertas dentro del mercado dos carnicerías, una frutería y una pescadería, así como una cadena de alimentación que ocupa la mayor parte; fuera, en el patio central, hay nueve locales, varios cerrados por jubilación. «Todas las semanas se acercan a preguntar para alquilarlos, pero sin un futuro claro, nadie se anima», explica Miguel Pizà, que lleva 37 años trabajando en el mercado y es su vicepresidente: «Ahora que no dejan de construir en Nou Llevant, tienen que darnos la oportunidad de continuar».