García lleva una década fotografiando Palma. | H. GARCÍA

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Turistas obnubilados por las fachadas del Casc Antic. Adolescentes absortos en el móvil o en los ojos de su pareja mientras están sentados en un parque. Una anciana con un andador que sonríe ante el paso de un niño que aprende a caminar. Una pareja de jubilados que se da la mano y son captados de espaldas… Hay un testigo que contempla todas estas escenas en el corazón de Palma y no duda en apretar el disparador para captar ese instante. Es la Palma congelada, que luego se convierte en objeto de adoración en las redes.

Héctor García es tímido pero se crece detrás del objetivo. A través de su cuenta de Instagram @mallorquineando (con 10.400 seguidores) va dejando testimonio de la Palma de la última década. Adora el trabajo del fotógrafo barcelonés Ramon Masats y también hay algo de Vivian Maier, la anónima fotógrafa de Nueva York que fue niñera y no fue hasta su muerte cuando se encontraron sus instantáneas, convertidas en obra de arte. García dice que no se atreve a compararse con ellos pero admira sus instantáneas, que dejan testimonio de sus épocas.

Mientras tanto, camina escondido tras su cámara y dispara a diestro y siniestro en el centro de Palma. «Quiero hacer lo mismo para las futuras generaciones, para que se hagan una idea de cómo eran estos tiempos», señala el fotógrafo. Siempre se mueve por el centro: «En Blanquerna te miran, en Jaume III paso desapercibido». Y entonces dispara como si fuese un turista en busca de monumentos y edificios, aunque en realidad siente devoción por los vecinos, los viajeros, los trabajadores que transitan por Palma, ajenos a la mirada inquisitiva de Héctor García.

El retratista de Palma.
García se esconde tras la cámara para reflejar la Palma de este siglo.

Este funcionario apuesta por «fotos naturales, robadas. Voy en modo automático por la calle y de repente mi mente se despierta y la escena surge». Entonces aprieta el disparador y surgen las escenas en el que una pareja de hermanas discute cómo tapar al bebé que va en el carrito, un conocido abogado se sube encima de un patinete eléctrico, un pandilla de adolescentes monta una algarabía al paso de un cachorro. Una Palma amable y soleada, donde la gente camina absorta. «Lo que más me gusta es cuando estas personas se ven en las redes, me escriben y me piden las fotos. Yo las regalo. Me gusta hacer disfrutar a todo el mundo», cuenta García, cuyo trabajo es totalmente desinteresado.

Imagen del fotógrafo.

Anónimos

En su perfil de Instagram se suceden las menciones entre aquellos que han tenido la fortuna de aparecer ante los ojos avezados de García, que en su vida real es funcionario. El fotógrafo aficionado reconoce que «lo más bonito es cuando me escriben familiares para decirme que esa persona que sale en las fotos es un familiar fallecido. ‘Murió el año pasado y verle en tus redes como si siguiese vivo', me dicen».

En su archivo guarda más de 120.000 fotografías disparadas en la última década. «Una vez vi al rey Felipe en la Catedral y me confundió con un turista. Pero en realidad no me atraen los famosos», dice este forofo de la vida cotidiana que vuelve a esconderse tras la cámara.