Esperança Lliteres, Montse Juan y Elena Pieras, la nueva directiva de Barri Cívic. | Teresa Ayuga

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El ruido del ocio nocturno y la gentrificación, unida a la especulación inmobiliaria, serán los caballos de batalla que seguirá combatiendo la asociación Barri Cívic de Santa Catalina, que estrena nueva junta directiva. Esperanza Lliteres es la nueva presidenta, en sustitución de Marilén Mayol, y la acompañarán Montse Juan, secretaria, y Elena Pieras, tesorera.

«La gente se ha vuelto mas incívica tras la pandemia. Se están desquitando de lo que no han podido hacer hasta ahora», señalan las nuevas directivas de la asociación. Juan advierte que el barrio ha ido a peor en los últimos meses ya que «se han instalado empresarios depredadores que han alquilado locales solo para sacar dinero».

Por su parte, Pieras, que encarna la quinta generación de vecinos de Santa Catalina, advierte de la profunda transformación que ha sufrido el barrio desde la llegada del eje cívico de la calle Fàbrica, cuya oferta de restauración y bares de copas se ha expandido por la zona: «Era un barrio en el que podías vivir bien. Había bares y restaurantes, pero también mercerías, ferreterías, joyerías, tiendas de ropa y peluquerías. Antes ya tuvimos aquí esa ciudad de los quince minutos de la que tanto se habla ahora. La clave está en el equilibrio».

Sin embargo, estas vecinas advierten que se ha roto desde hace tiempo. «El día en este barrio no tiene nada que ver con la noche», relatan en un EsJonquet que permanece silencioso durante la tarde. Es durante el fin de semana cuando miles de personas acuden al barrio en busca de ocio nocturno, lo que impide conciliar el sueño a los residentes.

«Hemos llegado a un punto en que la gente se va. Mi vecina de enfrente es una inglesa que lleva aquí 15 años y ha puesto el piso en venta. No ha podido con el ruido del tardeo», explica Juan. Y la junta directiva enumera las familias que se han tenido que marchar en un año. Son los ‘exiliados’ que huyen del ruido.

Gentrificación

Otro de los graves problemas que sufre el barrio es la especulación inmobiliaria. «Hay vecinos que se van de su piso de alquiler porque no soportan el ruido de los bares», explica Pieras, lo que supone que el propietario tenga que bajar hasta 300 euros el alquiler para encontrar inquilino. Otros aprovechan para imponer pisos turísticos, aunque este prohibido en el municipio.

Se ha dado el caso, incluso de «encontrarme mi piso ofertado en Airbnb», denuncia Pieras. La picaresca hace que se realquilen los pisos a turistas, mientras inversores se hacen con la oferta inmobiliaria del barrio para luego destinarlo a inquilinos extranjeros de vacaciones. Locales que se exceden en sus terrazas o bares que actúan como discotecas son otros de los males que combate Barri Cívic. «Los hay que viven en Santa Catalina y otros, que viven de ella», se lamentan.

El apunte

La expansión de la campaña ‘Silenci, respecte, civisme’

Santa Catalina se convirtió    en el germen de la campaña Silenci, Respecte, Civisme, cuyas banderolas de protesta se han extendido por las calles de EsJonquet, plaza de la Mercè, Son Espanyolet, La Llotja, así como a los barrios de Es Capitol y Bons Aires, o las calles Torrent y Monseñor Palmer.    El ruido del ocio nocturno ha soliviantado a los vecinos de Palma, que hasta ahora sufrían en silencio los excesos de decibelios.