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En los siglos XIX y XX hubo un trasiego de mallorquines que emigraron a Francia, muchos de los cuales abrieron una tienda de comestibles o un restaurante. Este siglo, a punto de explotar la pandemia, una pareja de pasteleros franceses hizo el camino a la inversa. Natasha y Yohann Gressent eligieron la plaza del Olivar para abrir la pastelería francesa Can de París el 18 de noviembre de 2019. En esas fechas en Wuhan ya se empezaba a larvar la pandemia que padecemos hoy.

Natasha decidió seguir el camino de su familia, una saga de cinco generaciones de pasteleros que arrancó en 1920 con la apertura de un gran establecimiento en Caen, en Normandía. Su tatarabuelo Frédéric Legrix fundó la empresa familiar, al que siguió el bisabuelo Maurice Legrix, después el abuelo Frederic Heiz, el padre Christian Heiz y por último, Natasha, con su marido Yohann Gressent.

El tatarabuelo Frédéric Legrix, (traje negro) ante la pastelería que abrió en 1920 en Caen. Fotos: N.GRESSENT

A día de hoy, cuentan que por su establecimiento de Palma pasan mallorquines con morriña que echan de menos la Francia que conocieron al emigrar. Estos emprendedores dieron el salto de Caen a París y de ahí, a la Isla, por consejo de un amigo francés que tenía casa aquí. El viaje contrario a los miles de insulares que buscaron en Francia un futuro próspero.

Reapertura

«Cuatro meses después de abrir nos confinaron», cuentan. Tras la reapertura hacían envíos a domicilio. Entre su principal clientela de este accidentado arranque había una mayoría de franceses que añoraban el sabor de la tierra: desde la consabida baguette a pasteles como el Canalé de Burdeos, el kouglof (brioche con pasas, ron y almendra) de Alsacia, o el celebrado croissant. Y es que Yohann Gressent ganó el tercer premio a mejor croissant de la Ille de París en 2017.

«Utilizamos harina y mantequilla de Normandía para hacer el croissant. En la nave de Son Oms tenemos las condiciones climáticas para elaborar un perfecto croissant. El calor y la humedad de Mallorca no lo ponen fácil», cuenta el pastelero. Así como los mallorquines importaron su propio recetario Francia, los Gressent se han traído el libro de recetas del tatarabuelo Frédéric.

Pese a la pandemia, Can de París se ha dado a conocer entre los mallorquines, que ya suponen el 40 por ciento de su clientela. En su nave de Son Oms, donde cuenta con el obrador, veneran el cuaderno del tatarabuelo y pelean por mantener viva la tradición familiar a 1.500 kilómetros de su hogar.

Natasha con su padre (tercero por la izq.).Fotos: N.GRESSENT