Gregoria, a la izquierda, hablando con su hijo. | Jaume Morey

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La Llar d’Ancians, el hogar para personas mayores que gestiona el Consell de Mallorca junto a otras cuatro residencias para la tercera edad, está organizado como si fuera un pueblo en miniatura. Tiene edificios, calles, plazas, un bar, una iglesia, una piscina (ahora pendiente de cómo se regula su uso) y hasta un cine. El día anterior a este sábado en que se cumplen 77 de la declaración del estado de alarma, la megafonía anuncia que va a empezar la película: Criadas y señoras. Será en el pabellón H.

Hay mucho movimiento en esta mañana soleada. No tanto por la película sino porque, también, entran y salen parientes de las personas que residen ahí y que pasaron el confinamiento sin poderlos ver de manera presencial. Se extreman los controles, se toma la temperatura a la entrada y se facilitan mascarillas y guantes. El equipo asistencial y médico va y viene. Las visitas comenzaron en la fase 1.

Todas las que están programadas –los encuentros son en la iglesia, reconvertida en una gran sala de reuniones pero con distancia suficiente para que no se crucen las conversiones simultáneas– son por tanto ‘segundas visitas’. Lo más emocionante (los primeros contactos) fueron hace unas semana, explica la directora de la Llar d’Ancians, Apol·lònia Binimelis.

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A Gregoria Torio ha venido a verla uno de sus hijos. Tras hablar con ella, le han confirmado su próxima reunión. Será ya en fase tres. Gregoria, o Goya, es muy conocida allá y también ella conoce bien el lugar. «Empecé como trabajadora, ocupándome de las personas mayores», cuenta. Tiene 83 años y nació en Zamora. Afirma estar «loca de contenta» y que no tiene especial interés en ir a la piscina pues la última vez se cayó. Le gusta leer. Ahora está con La colmena, de Cela. «Es de tus libros, te lo traje yo», dice su hijo. Cuando acaba su turno de visita, se detiene a conversar con otras personas. Se refiere al módulo que ocupa en la Llar como «mi casa».

Ha llegado Pilar. Viene a ver a su «ex», Sebastián. A éste, le gustan mucho las palomas. Y, concretamente, darles de comer. Ya sea Pilar o alguno de sus hijos le trae una bolsa con comida que luego les va echando en sus paseos.

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La red asistencial pública

Aunque otra mujer ha llegado un poco tarde para ver a su padre, no pasa nada. Explica que anotó mal el horario. Dos cuidadoras ya le devolvían de vuelta a su módulo cuando se han encontrado. Y se han puesto a hablar.

El pueblo en miniatura, en la calle General Riera de Palma, acoge a 234 personas. En esos momentos, según cuenta la coordinadora de enfermería, Lourdes Torres, no hay ningún positivo en coronavirus. No lo hubo en ninguno de los días de la pandemia cuando se impuso el estado de alarma. La residencia gestionada por el Consell de Mallorca más afectada –las pruebas registraron 11 casos y hubo dos muertes– fue la de Oms/Sant Miquel. El total de fallecimientos en la red asistencial insular fue de tres. Han muerto en Baleares 224 personas por la COVID-19, de las que 88 estaba en residencias. En la puerta de acceso al bar de la Llar hay mensajes de familiares. También un dibujo que alguien dejó a su abuelo. El contacto no se rompió del todo, incluso en los momentos más duros. Se facilitaba a través de tablets.

El sábado no hay visitas. Estas se celebran de lunes a viernes. Pero continúan las actividades. Y hay tiempo para los paseos. Se desayuna a las 9, se come a la una y la cena empieza a partir de las siete.

La directora del hogar de mayores enfatiza que se trata de un centro público para personas con algún grado de dependencia. Lo gestiona el Consell, a través del Imas, pero los criterios y valoraciones se rigen por la Ley de Dependencia. Hay quienes no han recibido la visita de familiares. No tienen o están por tutela judicial. Un frase, ‘Tot anirà bé’, invita a creer que así será.

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