Mari Carmen atiende en su papelería a Óscar, que lleva el Forn de Génova en la misma calle y que siempre fue centro de la vida local. | Pilar Pellicer

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La peluquería Rulos, la única de Génova –barrio de Palma con 3.980 habitantes, según datos del censo de 2019– no abrió el lunes aunque podía hacerlo. Esperó al día siguiente. El lunes es el día libre de Lucía y «después de dos meses» y a la vista de que en esta semana de transición sólo se puede atender con cita, decidió no precipitarse.

Es la anécdota, y motivo de conversación en el día anterior al 54 del estado de alarma –que se cumple este jueves– en un barrio que tiene todo para parecerse un pueblo y que tiene idéntico nombre que el de la ciudad italiana. Todo se sabe y todo va de boca en boca y es motivo de conversación. Por ejemplo, y de eso te puedes enterar en el Forn de Génova, donde atiende Oscar, que un vecino que es muy suyo (y que no es él) se saltó el confinamiento en los días duros, que la policía le paró y que «la noticia salió en Ultima Hora». Espera que llegue el lunes (todo el mundo parece esperar al lunes) para sacar una mesas y sillas a la calle. Su panadería es, también, lo más parecido a un bar y cruce de conversaciones sobre el día a día.

Oscar acaba de dejar una barra de pan en la papelería Angela, otro punto de encuentro. Tanto ahora como desde que se ralentizó todo y la gente tuvo que quedarse en casa. La papelería se llama Angela pero su dueña es Mari Carmen. «Dejé el letrero anterior, total ya me conocen». Debe de hacer mucho tiempo. Cuenta que es de Cádiz y que lleva «casi 40 allí». Su marido, desde el interior, precisa: «Pero todos los papeles están arreglados». Vende prensa y asegura que ha subido la demanda y que «hago menos devoluciones».

Calles y esperas

Jesús se reincorporó el lunes a su ruta diaria por las calles de Génova. Es barrendero, dice que le gusta mucho lo que hace y que «los vecinos son maravillosos y los conozco a todos». Cuando empezó el estado de alarma y se readaptaron los turnos de Emaya, la empresa que se encarga de la limpieza, «me mandaron dos días a otro sitio». Luego le ofrecieron vacaciones y él las alargó hasta poder regresar a su microcosmos.

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Jesús se apellida Lara que es, a la vez, el nombre con el que –cuenta– se le conoce en su otro mundo paralelo. Muestra una fotografía que lleva en su móvil. Parece una mujer pero es él. «Soy transformista, me visto y canto». Y añade que ha actuado en muchos bares y que «seguro que nos hemos visto por Gomila». Está empeñado en que así es y no deja de glosar «la tranquilidad de aquí». Las poco frecuentadas calles son una muestra.

A cualquiera que preguntes unirá en una misma frase el topónimo ‘Génova’ con el sustantivo ‘pueblo’. También el periodista Pepe Negrón que compra tabaco en el estanco, frente a la entrada a las cuevas (cerradas al público, ahora) donde atiende Patricia. «Esto es Palma sin ser Palma, es un pueblecito donde, como en cualquier pueblo, el sonido de las campanadas, nos recuerda la hora», dice.

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Autobuses de las dos líneas de la EMT –la 46 y la 47– que enlazan Génova con el centro de la ciudad se cruzan, cuando uno va y otro viene. Juaquín conduce el 46. «Por favor, pónganse las mascarillas», dice en algún momento. Ya se puede pagar con monedas pero la gente utiliza en su mayoría la tarjeta ciudadana.

Lleva 15 años en la EMT. Menos tiempo lleva Toni de auxiliar administrativo del IB-Salud. Es interino y se ha quedado de guardia en las unidad básica de salud. Con la pandemia, el grueso del equipo médico se fue a Sant Agustí. El día anterior fue el día «del sintrom» y por eso hubo más personal.

Ha abierto la agencia inmobiliaria. Cati Fiol espera al lunes (otra vez, el lunes) para retomar las visitas de gente interesada en comprar. Sabe que será difícil, sobre todo en respuesta algunas promociones como la de ‘Génova, casa de pueblo, 560.000 euros’. La crisis asoma. Pero tiene una cita para «un estudio en Sant Agustí». ¿Lo venderà?