Óscar Soto Angona es el presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicodélica.

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Óscar Soto Angona trabaja como psiquiatra en el Parc Sanitari Sant Joan de Déu de Barcelona, donde investiga sobre la utilidad médica de ciertas sustancias psicodélicas como el LSD, el MDMA o la psilocibina, un compuesto presente en ciertas setas. El potencial que tienen para tratar la depresión resistente, el estrés postraumático o las adicciones es tan grande que empresas y gobiernos hasta hace muy poco completamente reacios a su uso están empezando a legalizarlas en el ámbito clínico. El también presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicodélica (SEMPSI) explica cómo la evidencia científica va ganando al escepticismo y hasta qué punto esta revolución incipiente en España podría estimular el debate sobre la derogación de las prohibiciones de estas drogas para el consumo recreativo.

Al hablar de LSD, MDMA o setas alucinógenas, cualquiera pensará en hippies, y, seguramente, la mayoría las considere un peligro para la salud pública aunque no sean adictivas, tóxicas o más peligrosas que el alcohol.
El LSD fue, de hecho, un fármaco que se podía comprar en las farmacias hasta los años setenta, también en España. Eran sustancias eficaces y seguras, pero por sus vínculos con la contracultura y el uso político que se hizo por este motivo, EEUU las prohibió en el marco de la guerra contra las drogas. Pese a todo, se siguieron investigando. El primer estudio mundial sobre el potencial del MDMD para tratar el estrés postraumático se hizo, precisamente, en Madrid, en el año 2000.

¿Realmente pueden ayudarnos a hacer frente a la epidemia de salud mental que sufrimos?
Son herramientas muy importantes que están abriendo mucho debate sobre su uso médico. Se está tratando la posibilidad de usar MDMDA, por ejemplo, para ayudar a los soldados ucranianos con estrés postraumático. Aun así, hay que tener en cuenta que no hacen magia, no existe la píldora de la felicidad. Son sustancias prometedoras que pueden ayudar a ciertas personas, pero no resolverán todos los problemas.

¿Por qué vivimos un renacimiento de los psicodélicos tras más de 50 años de prohibición total?
El principal motivo se debe a un estudio sobre la psilocibina publicado hace 20 años que reabrió el interés científico sobre estas sustancias. Sumado a la labor de distintos activistas y sociedades, como la Fundación MAPS. Desde entonces, y pese a las prohibiciones, se ha ido abriendo la perspectiva sobre este tema. También hay mayor permisividad y muchos intereses económicos porque realmente se está viendo que pueden ser eficaces para tratar, sobre todo, la depresión resistente, el estrés postraumático y las adicciones, aunque también podría ser útil para atender cuadros de ansiedad y trastornos obsesivos.

¿De qué manera sus efectos permiten tratar la depresión?
A nivel médico son extremadamente seguras. No se conoce una dosis letal por LSD. Estas sustancias generan un estado alterado de conciencia que da mayor predisposición para abordar ciertos temas con mucha carga emocional. Incrementan la neuroplasticidad y generan nuevas conexiones neuronales que, al usarse en la psicoterapia, pueden provocar cambios positivos. El caso del MDMA es muy prometedor porque genera empatía y confianza en el paciente para hablar de un trauma sin la carga dramática que supone afrontarlo. En principio, el año que viene ya se prevé que se apruebe como tratamiento en EEUU, algo que ya ha ocurrido en Australia. Aunque sean médicamente seguras, todo depende del contexto en el que se toman. No son como un paracetamol, que siempre actúa igual. Con los psicodélicos todo depende de las personas, porque según su predisposición le afectarán de una forma u otra. No tiene nada que ver tomarlo con un terapeuta que en una fiesta y es fundamental administrarlos en un entorno controlado.

La Universidad Johns Hopkins de Baltimore publicó un estudio sobre los beneficios de tomar psilocibina en microdosis para ayudar a pacientes con cáncer a sobrellevar la ansiedad y la depresión. Esta práctica también se puso hace poco de moda entre empresarios de Silicon Valley, en California, para potenciar su creatividad. ¿Qué efectos tiene esta fórmula?
Es un tema complejo, pero diferente del que estudiamos nosotros, que está enfocado en dosis altas y terapia. Hay poca evidencia científica sobre la efectividad de las microdosis, pero sí que hay muchos reportes de gente a la que le funciona. Una posibilidad que se plantea es que tienen un efecto placebo muy potente, o quizás, realmente tienen un impacto que, de momento, no se ha podido medir. En todo caso, la hipótesis de la neuroplasticidad ya es una evidencia.

Suiza, donde el químico Albert Hoffman descubrió el LSD en 1943, ha sido el primer país que en los últimos años ha reiniciado la investigación médica de estas sustancias. En EEUU siguen el mismo camino. ¿En qué punto se encuentra España?
Es pionera en la investigación psicodélica. Jordi Riba, del Institut de Recerca Sant Pau, publicó algunos de los primeros estudios sobre la ayahuasca. Actualmente hay un proyecto en el cual participo en el que usamos esta sustancia para trabajar el duelo en pacientes que han perdido a un ser querido. En el Parc Sanitari Sant Joan de Déu de Barcelona hicimos el primer ensayo con psilocibina en España. El primero con ibogaína (alcaloide con efectos alucinógenos) a nivel mundial está teniendo lugar en Reus. Desde SEMPSI queremos convertir España en un referente a través de la colaboración entre hospitales. En otros lugares, como Madrid y Zamora, ya empiezan, y cada vez surgen más centros interesados porque la evidencia científica supera el escepticismo.

¿Debemos denominarlas drogas o sustancias? ¿Con cuáles trabaja su equipo?
En un sentido farmacológico podemos hablar de drogas porque tienen efecto en el organismo, como el cannabis o el paracetamol, pero usamos más el término ‘sustancias’. En mi caso, más que con el uso farmacológico de los psicodélicos, mi interés tiene que ver con la fenomenología de esos estados alterados de la conciencia. Nuestro grupo de investigación está centrado en evaluar el efecto de la psilocibina, procedente de las setas, y el 5-MeO-DMT, un compuesto presente en el sapo bufo que puede ser útil para el tratamiento de la depresión resistente.

Pero los beneficios médicos deben ir ligados siempre a una psicoterapia asistida. ¿Cómo son estas sesiones?
Es algo que también estamos investigando: cómo afecta que haya o no psicoterapia tras ingerir una de estas sustancias. La vemos fundamental porque tomar psicodélicos supone una experiencia muy intensa que si no se aborda correctamente puede incluso ser traumática. Las personas que nunca han experimentado estas situaciones pueden llegar a tener experiencias desagradables. Por ello, hay que asegurar una relación terapéutica entre el participante y los médicos para que su consumo sea seguro y pueda abrirse y profundizar en uno mismo. Antes de todo, hacemos sesiones de preparación para afrontar el tema. Cuando el paciente toma un psicodélico hacemos un acompañamiento, nuestras intervenciones son muy limitadas porque queremos que ellos mismos profundicen de forma autónoma. Nuestro trabajo es el de cuidadores, por así decirlo.

No todas las personas pueden seguir este tipo de tratamiento. ¿Qué pacientes son los más adecuados?
Es algo que también investigamos, pero el perfil viene determinado por la necesidad de preservar su seguridad. Personas que tienen trastornos psicóticos no los incluimos en nuestros estudios clínicos porque podría agravar su situación. Tienen que ser personas con ganas de poder atravesar estas experiencias, que pueden ser ricas, pero también complejas. Siempre se revisan los aspectos médicos y el historial clínico de cada paciente.

Defiende que «las ideas budistas, si se utilizan dentro de un paradigma científico autocrítico, también pueden convertirse en herramientas poderosas». ¿En qué sentido?
Uno de los problemas que nos encontramos al estudiar los estados alterados de conciencia es que históricamente han sido considerados patológicos por nuestra cultural y no han sido explorados. Carecemos de palabras para definir estas experiencias. La psicología budista, en cambio, que lleva más de 2.500 años analizándolas, sirve para orientarnos porque cuando uno medita puede alcanzar estados alterados que, a nivel neurológico, podrían compartir algunas similitudes con el efecto de los psicodélicos.

Ram Dass, de hecho, decía que los psicodélicos son un atajo para llegar a los estados que alcanzan los gurús de la India tras años dedicados a la meditación.
Si bien él hablaba de usarlos en un entorno de trabajo espiritual, que es algo diferente al terapéutico, es verdad que estas experiencias místicas con los psicodélicos tienen cierta semejanza. Permiten experimentar la sensación de la disolución del ego y sentir una conexión completa con el mundo. Si se les considera místicas es porque las han descrito muchas personas vinculadas a la religión, tanto budista como cristiana.

¿Cómo afectan químicamente al cerebro?
Los psicodélicos clásicos actúan sobre un receptor de la serotonina que tiene distintas acciones. De forma resumida podemos decir que interfiere en el proceso de información de la mente al permitir que esta información fluya de manera más libre entre las distintas áreas del cerebro y que entren más elementos del exterior.

Es difícil de explicar, pero los que las han probado describen una sensación de placer y amor cósmico, hacia todos y todo. Se ha llegado a decir que los psicodélicos ayudan incluso a concienciar de manera profunda sobre la crisis climática. ¿Pueden ser una herramienta para actuar?
Desde la evidencia científica se ha visto que personas que toman psicodélicos desarrollan hábitos de vida más saludables y vínculos más intensos con la naturaleza. Se produce una mayor consciencia de que somos seres conectados, lo cual, pese a ser una evidencia intelectual, nuestra percepción subjetiva íntima nos hace sentir que estamos separados.

¿Teme que el renacer de estas sustancias en el ámbito clínico implique un uso inconsciente en la calle?
Son cuestiones separadas. Considero que son sustancias que no hay que colocar en la misma lista que otras drogas como la cocaína o la heroína, que es lo que hizo la administración para prohibirlas. Se ha visto que incluso podrían ayudar a personas sanas, lo cual es otra línea de investigación. Aun así, hay algunos psicodélicos, como la ketamina, que sí que tienen el riesgo de crear adicción, mientras que el MDMA tiene riesgos cardíacos a tener en cuenta.

¿Cree que este resurgir puede estimular el debate para su despenalización y uso recreativo individual?
Creo que sí porque se hablará más de sus efectos, los beneficios y riesgos. Pero, de nuevo, son dos caminos diferentes. La regulación o ilegalización tiene que ver con decisiones políticas que deberían de estar sustentadas en la evidencia científica. Además, penalizar y prohibirlas no está sirviendo porque todos los esfuerzos que se dedican no impiden que se sigan consumiendo ilegalmente, como pasa con la cocaína, por ejemplo. En EEUU y Canadá ya están legalizando el uso de psicodélicos. Tendremos que decidir entre todos qué es lo mejor.

Ahí entra el papel de la Sociedad Española de Medicina Psicodélica. ¿Qué objetivos se han marcado?
Investigación, divulgación y educación: nuestro propósito es aglutinar a todos los investigadores interesados en el uso de psicodélicos. Ya estamos haciendo actividades enfocadas a los profesionales. De momento, más que desarrollar proyectos propios, queremos ser una interfaz colaborativa. La revolución de los psicodélicos es incipiente en España y la apertura de la opinión pública y de las instituciones está empezando a cambiar.