El expresidente del Congreso José Bono . | Efe

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El exministro socialista José Bono aún recuerda el «miedo a perder la vida» que sintió el 23F cuando los golpistas asaltaron el hemiciclo del Congreso, la intentona golpista que vivió en primera persona y que cuarenta años después cree que funcionó como una auténtica «vacuna contra los fascistas».

En 1981 Bono era secretario cuarto de la Mesa del Congreso y aquella tarde vio «la cara al miedo», encarnado en el teniente coronel Tejero, al que tuvo a escasa distancia, pistola en ristre, en la tribuna del hemiciclo, en los primeros momentos del asalto. Luego presidió la Cámara Baja, entre 2008 y 2011 y, ahora, desmarcado ya de la vida política, afirma que la asonada enseñó a todos que «los ataques despiadados y los insultos estaban fuera de lugar» en la contienda política. No duda José Bono de que ante aquel episodio histórico Juan Carlos I estuvo siempre al lado de la Constitución, e invoca una opinión que le transmitió el que fue jefe de su Casa Real, Sabino Fernández Campo, en el sentido de que el monarca pudo ser «desencadenante involuntario» del 23F. El general Jaime Milans del Bosch -quien aquella noche sacó los tanques a la calle en Valencia-, podía haber interpretado erróneamente un diálogo con don Juan Carlos, malentendido que podría haber animado a quienes promovieron el golpe.

Este año se cumple el 40 aniversario del golpe de Estado del 23F. Usted estuvo aquel día en el hemiciclo. ¿Ha cambiado su recuerdo de aquellos hechos con el paso del tiempo? ¿Cómo evoca lo acontecido en el hemiciclo y todo lo que rodeó aquel episodio?
La España del año 2021 poco tiene que ver con la de hace cuarenta años. Ni siquiera nosotros, los de entonces, somos hoy los mismos. La joven Constitución amenazada por los golpistas ha cumplido 43 años, pero los disparos de los golpistas dejaron su huella en el techo del hemiciclo y el recuerdo de los españoles. Aquellos 37 impactos son 37 reliquias de la sinrazón. Desde mi escaño fui testigo directo de acontecimientos que tuvieron en vilo a toda España. Sentí rabia e indignación: otra vez al pozo de los salvapatrias. También tuve miedo. Miedo a perder la vida. Miedo a lo irracional, a lo inesperado. Le vi la cara a un miedo, que aquella tarde se vistió con bigotes negros, tricornio y empuñando una pistola como entendederas. Pensé en mi mujer, que estaba embarazada de mi hija Amelia, ¿la llegaría a conocer? También imaginé el sufrimiento de mi padre, sin tener noticias mías, allí en el pueblo, viudo, solo… Luego supe que el 23F fue un punto de inflexión en su vida: mi padre murió dos meses después del golpe de Estado en accidente de circulación. Entre los efectos personales encontrados en su vehículo, estaba su carné de la UGT. Mi tío Andrés, al ver mi sorpresa cuando en el velatorio me lo entregaron, explicó: «Tu padre cambió con el golpe de Estado; verte allí, bajo la pistola de Tejero, le provocó un enorme estremecimiento; se puso políticamente de tu parte, se afilió a la UGT y al PSOE pero no quiso que lo supieras, para darte una sorpresa. Pero mira, ya no puede dártela. '¡Que ignorante he estado en mi vida creyendo en el patriotismo de estos sinvergüenzas!' repetía continuamente».

¿Le parece que la sociedad española de hoy -y sobre todo por parte de los más jóvenes- es consciente de la trascendencia que la intentona tuvo para la consolidación de la democracia en España? Cuarenta años después, ¿es su calidad deficiente, como apunta el vicepresidente Pablo Iglesias junto a las fuerzas independentistas?
La mayoría de los españoles que vivimos aquellos hechos nos sentimos representados en la emoción colectiva que llevó a millones de conciudadanos a manifestarse en las calles en favor de una libertad que vimos amenazada de verdad.
Es tan evidente que ninguna democracia es perfecta; aunque las palabras de Iglesias no tienen un pase, como no tiene explicación su comparación entre el fugado Puigdemont que vive tan ricamente en el extranjero y los pobres y perseguidos exiliados republicanos al término de la guerra civil. Todos somos imperfectos, lo que ocurre es que dentro de la imperfección hay gente con más cara que otra. España está entre las 23 democracias más plenas del mundo y comparar el nivel democrático de la Rusia que envenena a Navalny con la España de la que es vicepresidente es un despropósito. Que Putin e Iglesias coincidieran en el pasado por sus similitudes ideológicas es un hecho, pero que ambos coincidan en la actualidad en atacar la democracia española es inexplicable. Los españoles merecemos dirigentes que valoren el esfuerzo del pueblo por conseguir una democracia sin amenazas.

¿Cuál es la mayor lección que, con la perspectiva del tiempo transcurrido, se puede extraer de lo ocurrido en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981?
Aquel golpe fue vacuna contra los fascistas. Merece la pena recordar que, 27 años después del golpe del 23-F, el jefe del Estado Mayor de la Defensa se dirigió a los soldados que rendirían honores al cadáver del presidente Calvo Sotelo diciéndoles: «Habéis sido los primeros soldados de España que entran en el santo recinto de la soberanía nacional para honrarla y no para acabar con la libertad!». Esa alocución es suficientemente expresiva de las cosas que han cambiado en España.
Todos aprendimos algo. Yo experimenté emociones que me produjeron cambios importantes. Por ejemplo, quienes hasta ese día habían sido objeto de mis ataques políticos en mítines y discursos, comenzaron a crecer moralmente. El ejemplo más evidente fue Adolfo Suárez, al que la prensa, sus adversarios y sus correligionarios tanto criticamos. «El tahúr del Mississippi» no se echó al suelo, defendió con valentía su honor como presidente del Gobierno y quizá por ello llegó a concitar la adhesión emocional de la inmensa mayoría de los españoles.
En los días que siguieron en el Congreso nos percatamos de que los ataques despiadados y los insultos estaban fuera de lugar. La lección era clara: sería deseable que no tengamos que volver a aprender esta sencilla y provechosa regla de convivencia.

La reciente difusión de conversaciones mantenidas en una red social por un grupo de militares en la reserva ha reavivado el fantasma del golpismo en España. ¿Existe este riesgo en la España de 2021?
No hay riesgo, pero locos hay en todas partes. Que un individuo desee fusilar a media España pone de manifiesto la necesidad de los psiquiatras. España y los españoles estuvimos muy por encima de aquellos «civilones» liberticidas a quienes un periódico sueco ridiculizó con un titular significativo: «Un loco vestido de toreador asusta a los diputados españoles». Y ahora también estamos por encima de los trastornados que amenazan con matar a media España desde sus grupos de WhatsApp.

El aniversario da pie a hablar nuevamente de las incógnitas que aún persisten en torno al golpe. ¿Son tantas como sostienen algunos? ¿Se sabe, en lo fundamental, la verdad de lo acontecido? En este sentido, son recurrentes las sospechas lanzadas desde algunos ámbitos sobre el papel que desempeñó el rey Juan Carlos, ahora criticado por otros motivos. ¿Están en su opinión motivadas las dudas sobre su actitud en defensa de la Constitución?
Aquellos hechos son cosa juzgada. Se sabe todo. El rey, tras el asalto al Congreso, se puso de parte de su pueblo y eso es evidente. Si hubiese dudado o se hubiese mostrado tibio, estoy seguro que los militares en altísimo porcentaje hubieran seguido a los golpistas. Juan Carlos, al contrario que habían hecho sus antepasados, se puso de parte de la ley y de los españoles. Alfonso XIII apoyó, cometiendo perjurio constitucional, a su dictador de cabecera Primo de Rivera, y don Juan de Borbón se ofreció a Franco para luchar contra la República en plena guerra civil.

Pero usted en su libro «Se levanta la sesión» dice que el que fue jefe de la Casa del Rey, Sabino Fernandez Campo, creía que una reunión del rey con el general Jaime Milans del Bosch pudo haber sido el desencadenante involuntario del 23-F.
El miércoles 25 de marzo de 2009 tuve una larga conversación con el general Sabino Fernandez Campo que puede leer en mi libro. Aquella reunión de Milans y el rey preocupó mucho a quienes sabían sus detalles. Al parecer, el rey les tranquilizó asegurando que «Todo ha ido bien, muy bien, porque antes de que hablara Milans, yo le he dicho lo que él venía a decirme». Sabino cree que Milans pudo entender lo que dijo el rey de manera errónea y quizá pudo ser desencadenante involuntario del 23 de febrero. En fin, si quiere saberlo con exactitud, en el libro lo tiene con detalle.

¿Qué hay de cierto en un supuesto mensaje del rey Juan Carlos a un golpista como el comandante Pardo Zancada del que usted da cuenta en su libro?
Sabino me aseguró que el rey envió una nota manuscrita al comandante Ricardo Pardo Zancada, en la que le decía: «Has cumplido con tu deber, ya puedes volver a casa». Pero claro, en aquellas circunstancias el sentido del mensaje podría tener la intención de aplacar a los golpistas, no de reconocer que habían actuado en cumplimiento de un deber, aunque el monarca usare esa expresión. Fue una noche difícil.