Lo ha explicado el jefe de predicción de Aemet en Cataluña, Ramón Pascual.

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Aunque parezca paradójico, temporales como Filomena pueden estar relacionados con el ascenso de las temperaturas a nivel global, debido a que el ascenso térmico tiene impactos menos conocidos como «la modificación de la circulación atmosférica», según los expertos consultados.

Y no sólo los temporales: fenómenos como las olas de frío y de calor y las sequías «pueden volverse más frecuentes, intensos y prolongados en el tiempo debido al aumento de las temperaturas», ha explicado el jefe de predicción de Aemet en Cataluña, Ramón Pascual.

Pascual ha precisado que la corriente en chorro ('Jet stream' en inglés), un flujo de aire longitudinal que recorre las capas altas de la atmósfera y que separa las zonas polares de las áreas templadas del hemisferio norte, «es la circulación atmosférica normal en nuestra latitud», por lo que «lo habitual es que las masas atlánticas atraviesen la Península rumbo este» pero, en ocasiones, «esta circulación zonal se vuelve meridiana» (norte-sur).

Al modificarse este eje, es más fácil que «en invierno nos ataquen masas frías procedentes del norte y en verano, suban masas cálidas del sur, revelando un incremento de la circulación meridiana relacionada con el calentamiento global».

Este meteorólogo señala que, en ocasiones, «tienen lugar calentamientos súbitos de la estratosfera que modifican el patrón circulatorio e imponen situaciones de bloqueo» y, en el caso de Filomena, la causa de ese bloqueo de la circulación zonal «ha sido una dorsal anticiclónica que se extendía desde las islas Azores hasta la de Islandia», lo que permitió la entrada del frío polar hasta la Península Ibérica.

De esta manera, las bajas temperaturas del Ártico se toparon con la masa de aire cálido y húmedo procedente del sur justo sobre el interior peninsular y este choque dejó el temporal servido.

El responsable del grupo de ecología y cambio global del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), Fernando Valladares ha añadido que «la corriente en chorro se debilita porque el océano Ártico se está calentando» y, además, con mayor rapidez que el resto del planeta.

El incremento promedio es de 1,1 grados y la temperatura de este océano «ha subido ya entre 2 y 3 grados».

Es más, «unas termografías satelitales tomadas a principios de este año revelaron que la zona polar había sufrido un ascenso térmico de 50 grados», por lo que «en pocos días, se pasó de -70 grados a -20 grados»: una anomalía cálida que generó un movimiento a gran escala de masas de aire gélido que «invadieron» Europa.

«Estas anomalías están relacionadas con el vórtice polar» que, una vez desestabilizado, «se parte en dos y permite el escape de masas de aire frío».

Valladares ha advertido de que, si hubiera que elaborar un listado de lugares vulnerables a las alteraciones del clima, «España estaría mal ubicada», ya que «la zona mediterránea es de transición entre el mundo tropical y el templado».

La irregularidad de los últimos inviernos, que han contado con anticiclones muy secos, cálidos y persistentes, se debe a «la inestabilidad generada por el cambio climático en esta zona de transición» y lo peor es que estos fenómenos «se volverán más frecuentes, intensos y prolongados».

También están cambiando los veranos, «adelantando su inicio y retrasando su final», por lo que su duración se ha alargado «casi un mes y medio en una zona como la mediterránea, excepcionalmente asociada con las sequías», algo que «desgraciadamente, ya nos parece normal».

Sin embargo, un verano más largo conlleva mayor riesgo de incendios y sequías severas, entre otros fenómenos extremos, además de alterar fechas afianzadas en el calendario ecológico «como los tiempos de cosecha, el servicio ecosistémico de la polinización, la migración de las aves o el despertar de los insectos».