Una mujer colocaba ayer un ramo de flores y una fotografía en la estación de Atocha en Madrid. Foto: SUSANA VERA/REUTERS

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El 11 de marzo de 2004 es una fecha trágica que España nunca olvidará. La mañana de aquel fatídico jueves 192 personas perdieron la vida y más de 1.500 resultaron heridas tras la explosión de varias bombas en los trenes de Cercanías de Madrid, en plena hora punta. Aquel 11-M, España se despertó sobresaltada por el horror y la tragedia del mayor atentado terrorista de su historia. A la tristeza por la pérdida de tantas vidas humanas se unió algo positivo, el sentimiento solidario de todas las personas que colaboraron y ayudaron desde el mismo momento en que el caos se apoderó de las estaciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia y de la calle Téllez.

Era un día más para los viajeros de Cercanías del Corredor del Henares que utilizan habitualmente el tren para desplazarse a sus lugares de trabajo o estudio. Nadie podía imaginar lo que ocurriría esa mañana. A las 7.36 horas se produjo una primera explosión en la estación de Santa Eugenia. Sólo tres minutos después hubo más explosiones: tres bombas estallaron en otro convoy al entrar en la estación de Atocha -un hervidero de gentío a esas horas-.

A la misma hora, otros cuatro explosivos detonaban en otro tren en la calle Téllez, sólo a 500 metros de Atocha. En el mismo momento en el que otras dos bombas explosionaban en la estación de El Pozo. En total los terroristas habían colocado 14 bombas: 10 explotaron, tres más fueron detonadas por la policía y una fue encontrada entre los restos del tren de El Pozo en una bolsa de deporte.