Margarita Jaume durante la entrevista | Pere Bota

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«Nunca me he arrepentido de haberme hecho religiosa, siempre he sido feliz», confiesa con una ligera sonrisa Margarita Jaume, que este año ha cumplido 100 años. Esto la convierte en historia viva de la enseñanza, a la que se dedicó siempre. Desde los 19, cuando se hizo monja, su vida ha estado vinculada a las Religiosas Pureza de María, fundadas en Mallorca por Alberta Giménez en 1874. La vocación no le brotó tras una revelación, sino que fue fruto de su fervorosa fe.

«Con 14 años ya quería ordenarme; mi familia, de Campos, era católica e iba a misa cada día desde que hice la comunión», recuerda sentada en una silla de la biblioteca de la residencia del Colegio Madre Alberta de Palma, donde convive con otras hermanas. «No es lo normal, tampoco en esa época», apunta Xiskya Valladares, conocida como la «monja tiktoker» que se define como «misionera digital» porque predica en redes, donde acumula 709.000 seguidores en TikTok y 43.800 en Instagram.

Margarita Jaume, que había tenido algunos familiares religiosos, entró en la Pureza porque le transmitieron «sinceridad». Se inició como profesora de Infantil en la Casa Madre, en la calle Puresa del Casc Antic de Ciutat.  Allí estuvo siete años hasta que la enviaron a Ontinyent, en la Comunitat Valenciana, donde pasó 13 años en un internado. Tras ese periodo, regresó a Mallorca y, en 1968, estrenó el actual colegio, que entonces ya tenía más de 500 alumnas.

Empezó dando clase a niñas de cinco años para luego pasar a enseñar a los de ocho. «Todo era muy diferente a ahora porque la educación era separada, solo teníamos a niñas», rememora la centenaria, que anhela ciertos valores que considera perdidos. «La gente no se quiere comprometer por miedo, incluso con el trabajo, y saludar o tener respeto hacia los demás es algo que escasea», lamenta. «Antiguamente, todo el mundo iba a la iglesia, pero ya no ocurre. La gente no hace caso, es más libre», afirma sin alterarse.

Entrevista.
La monja centenaria posa con la hermana Xiskya Valladares.

El hecho de vivir en sociedades secularizadas, como la española, no cree que tenga que ver con los cambios que ha habido en el modelo de familias. «Antes te obligaban a creer y ahora ya no, pero al final de la vida, muchos se acercan a la religión», comenta la religiosa, que asegura estar preparada para su final. «Nunca pensé que llegaría a tener esta edad, pero no le tengo miedo a la muerte, aquí estamos preparadas para eso; hay que pasar por ahí», dice riendo. Valladares coincide en que la muerte, antes, se trataba con más naturalidad, y que ahora incluso se esconde a los más pequeños.

La aceleración de la vida, intensificada por la revolución digital, está animando a muchas personas a trabajar la introspección. Margarita Jaume lo hace a su manera: «Ahora ya no hago nada, no veo de un ojo y no puedo leer. Rezar es lo único que hago. Paso mucho tiempo en la capilla». Es su forma de meditar, porque al hacerlo siente paz y ve las cosas de otro modo. «Se ve todo con otra visión», añade Valladares, y destaca que rezan por la paz en el mundo, para que acaben guerras como la de Ucrania o el conflicto en Israel.     

«De salud estoy muy bien. La comida mallorquina fuerte ya no me gusta, como las panades o el arròs brut, como más ligero», responde preguntada por el secreto para vivir tantos años. Su familia la visita mucho, pero no tiene oportunidad de hablar con gente de fuera, aunque en Navidad y Pascua la llevan a Campos. Las hermanas más cercanas a Margarita Jaume la describen como una persona muy «humanitaria» que destacaba por su mente enciclopédica. Al acabar la entrevista, se levanta con la ayuda de Valladares, se despide, coge su andador y se marcha en silencio a rezar.