Picornell, fotografiado en la Llonja durante la entrevista. | Jaume Morey

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Climent Picornell (Palma, 1949), doctor en Geografía y profesor jubilado de la UIB, publicará próximamente Postals de Ciutat. Caminant per Palma, editado por El Gall. Todavía no hay fecha definitiva para la publicación y la presentación, pero se calcula entre el 15 y el 20 de este mes.

No es su primer libro sobre Palma. ¿En qué consiste?
Es una secuencia de pequeños relatos, experiencias y reflexiones sobre cosas que me han pasado en Palma y de las que tengo recuerdo. Como ya he dicho en otras ocasiones, soy un flâneur de Palma, un paseante que deambula sin rumbo fijo y ve cosas que los demás no ven. De todo ello hago un puzzle de recuerdos y sensaciones.

¿Y qué tipo de historias podemos encontrar?
La Palma pandémica, reflexiones históricas, el turismo y la gentrificación, conversaciones, que pueden ser ficticias o no, o la transformación de la ciudad, entre otras muchas. Sobre la pandemia, vivo en la plaza de la Llonja y pasamos de tenerla con terrazas abarrotadas a no haber absolutamente nadie. Iba a comprar el pan o el periódico, y me veía en el Born completamente solo.

Viviendo en la Llonja, ha estado en la primera línea de la transformación de la ciudad.
Hace 52 años que vivo aquí, primero de alquiler y luego compré la casa. Ahora no podría hacerlo por los precios desorbitados. El vecindario ha cambiado por completo. Actualmente, son todos alemanes y suecos. Las reuniones de la comunidad de vecinos se hacen en inglés. Recuerdo que tenía como vecina a Pilar Irazazábal, tía de Félix Pons, que murió a los 106 años. Tocaba el piano cada día a partir de las 11 de la mañana, supongo que por consideración con los vecinos.

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Hablar de gentrificación se hace inevitable.
Sí, pero en mi libro es a partir de sensaciones. No es un estudio científico. La gentrificación tiene mucho que ver con el centro histórico, pero se ha extendido al Eixample y la periferia. Precisamente, el Eixample era un conjunto de barrios nuevos y obreros que, desgraciadamente, cuenta con poca literatura y pocos estudios, aunque hay uno reciente sobre Pere Garau que es magnífico. En la barriada había una fábrica de sedas que ocupaba a 400 mujeres y llegaron a funcionar cinco cines. Recuerdo caminar por lo que es hoy la calle Metge Josep Darder y que por entonces era un campo de trigo. Y también recuerdo ver los partidos del Baleares desde el safareig y el molino de Son Canals.

Cualquier crítica al turismo es acusada de turismofobia.
Yo mismo soy turismófobo si se considera que el turismo no puede tener límites. Hay que poder criticarlo si evoluciona de una determinada manera porque, además de los grandes números económicos, hay unos impactos ambientales y socioculturales. La transformación sociocultural ya se inició con el primer turismo, con una doble moral: muy estricta para los residentes, pero los turistas podían hacer lo que quisieran, aunque esos primeros contactos fueron positivos porque nos permitieron ver y comprobar que había otras maneras de vivir.

En definitiva, hay que poner límites al turismo.
Sí, es necesario. Poner límites no es ser contrario al turismo, sino contener y reducir la masificación y la saturación. Se ha traspasado una capacidad de carga que podría determinar el equilibrio. Yo mismo estoy rodeado de apartamentos turísticos ilegales. Antes, la actividad turística estaba muy delimitada en determinadas zonas y establecimientos. Ahora está en todas partes. Nadie discute que el turismo fue el vector que transformó nuestra sociedad agraria en otra más desarrollada, pero hay que poner límites. Y, sobre todo, no hay que agradecer a los hoteleros que llevemos zapatos o que ya no vayamos en carro. Ya está bien de este tipo de argumentos. Un poco de dignidad.

¿Cómo percibe la transformación de la ciudad? Hablaba antes de sensaciones.
En Palma antes había lugares, en el sentido de referentes, sitios con historia o que hacías tuyos por sus características. Ahora existen los no lugares: C&A, Zara, el aeropuerto, Mercadona, El Corte Inglés, Louis Vuitton... Podemos ir a esos lugares, pero no los haces tuyos. Había comercios tradicionales que eran lugares. Han desaparecido. Mi tienda más próxima para comprar tomates es El Corte Inglés. El centro de Palma tenía bares, comercios y cines a los que iba la gente de la periferia. Los jóvenes iban al centro a tomar una caña, ir al cine o cenar. Ahora todo son franquicias, los precios son prohibitivos y encontramos un número desproporcionado de heladerías destinadas a los cruceristas. Todo ello ha desplazado a los comercios tradicionales.

¿Qué podemos hacer?
El problema es que el mercado es Europa entera y nosotros tenemos el menor poder adquisitivo, lo que nos desplaza y nos sitúa en desventaja.