Laura Grimalt con su hijo Milo, trasplantado de corazón. | Teresa Ayuga

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«Mi hijo nació sano. A los ocho meses me dijeron que era cardiopata; al año era un trasplantado de corazón y ahora tiene un daño cerebral serio, aunque lo que dicen las resonancias no corresponde con lo que vemos, después de trabajar mucho». Éste es el testimonio de Laura Grimalt, madre de tres niños, uno de ellos un auténtico superviviente.

Milo Llopis nació el verano de 2019, aparentemente sano. A los ocho meses, recién decretada la pandemia por COVID (trasladémonos al 23 de marzo de 2020) ingresó grave en la UCI pediátrica de Son Espases con problemas para respirar. «En seguida la diagnosticaron una miocardiopatía dilatada, su corazón era gigante», explica su madre sobre la primera vez que, al estabilizarle, le salvaron la vida.

En aquellos meses, muy debilitado, «no podía comer y le tuvieron que poner una sonda gástrica, dijeron que se la retirarían con el trasplante pero no fue así», relata Laura.

Milo estaba en lo alto de la lista para recibir un órgano. A finales de junio se trasladaron al hospital de Vall d’Hebron y el 21 de julio, dos días después de cumplir un año, la vida volvió a llamar: le trasplantaron. «Fue un día agridulce», recuerda su madre «porque tienen un corazón apto, pero todos sabemos de dónde viene». Laura explica que «siempre lo tenemos presente; cuando le das sus medicamentos, cuando lo duchas... Siempre piensas en esa familia».

La intervención fue bien, se pasaron unos dos meses viviendo en Barcelona y las revisiones se fueron espaciando en el tiempo. Sin embargo, por la persistencia de la vía gástrica, a su vuelta a la Isla, se les terminó derivando a la Fundación Nemo que «nos puso terapeuta ocupacional y nos dio pautas para que empezara a comer con por la boca».

Como paciente trasplantado, Milo empezó a tomar medicamentos inmunosupresores, también llamados anti rechazo para el corazón que sin embargo reducen la actividad del sistema inmune, por lo que fue teniendo infecciones leves.

Laura tiene otro mes de marzo señalado en rojo en su memoria. El día 21 de este mismo mes del año pasado, tras pasarse Milo tres semanas con febrícula, «decidimos ir a Son Espases».

A base de pruebas descartaron las enfermedades más graves y diagnosticaron una meningitis vírica. Milo parecía evolucionar pero un martes por la mañana empezó a convulsionar y justo antes, el niño dejó de hablar. «No te dicen nada pero sabes que pasa algo». Le dieron mucha medicación y tuvieron que intubarle durante una semana.

Al despertar lo primero que dijo fue «mami», pero no habló más. Tenía afectada la parte del lenguaje. La meningitis, que le puso a prueba por tercera vez, le dejó secuelas.

Pero a sus (por entonces) tres años, Milo ya demostró tener fuerza para enfrentarse todo. Ha seguido en la Fundación Nemo, donde ha aprendido a hablar gracias a la logopeda. «Nuestro psicólogo también lo lleva», explica su madre. «¿Con quién juegas los martes, Milo?», le pregunta. «Con Ignacio», responde.

Cuando con 4 años has renacido tres veces, estás preparado para todo en la vida. Sobre todo cuando el sistema lo pone todo de su parte.

Esta historia se cuenta por la voluntad de Laura Grimalt de agradecer la labor de la UCI Pediátrica de Son Espases. «Por su trabajo espectacular, su increíble paciencia, porque nunca lo han soltado pese a su gravedad», dice. También a la Fundación Nemo, porque «cuando te dan el alta, te vas a tu casa y allí nos dijeron: no os preocupéis».

Laura tiene 35 años, ha necesitado ayuda, porque en su día «lo llevé fatal». Ahora sabe que Milo es una historia de superación, pero el miedo estará siempre en su camino.