Saludo entre Marga Prohens y Francina Armengol. | M. À. Cañellas -

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No aludió a ese hecho en su breve intervención después de recoger la Medalla d’Or de la Comunitat Autònoma de manos de la presidenta Marga Prohens pero, quizá, le viniera a la memoria a la reina Sofía, este jueves vestida de rojo, la primera vez que, como reina, estuvo en sa Llonja de Palma. Fue en noviembre de 1978, en la inauguración de una exposición antológica de Joan Miró, que ese año cumplía 85. Eran tiempos fundacionales –ni siquiera existía la Comunitat Autònoma que anda estos días de celebración– pero también de más bullicio y con un protocolo de seguridad menos rígido que el de ayer. Y eso condena a esta crónica a menos detalles que mostrar, aunque lo compense la radiografía del vestido blanco de la presidenta hecha por su diseñador, uno de los galardonados con los Premis Ramon Llull.

Quedará en el aire si  hubo tiempo para que la presidenta actual y la anterior –la presidenta del Congreso, Francina Armengol (de negro)– llegaran a decirse algo más allá de beso de saludo protocolario durante el cóctel posterior, sin periodistas, a la vista de la que está cayendo en el mundo político. Ayer fue un día de profesionales de las miradas. Una vez cada presidenta (la de blanco y la de negro) estuvo en su puesto, no hubo ninguna de esas miradas que sirven para decirse algo sin palabras. No se buscaron con los ojos ni se encontraron de forma casual. Igual se sabían observadas. Tal vez el discurso institucional de Prohens sonó poco político (aunque sí de programa cumplido) y hubo que esperar casi hasta el final para que Prohens enviara algún recado al Gobierno estatal. Y el recado fue el mismo que podría haber mandado la socialista en cualquiera de sus ocho discursos en días como el de ayer: que Balears no quería ser más, pero tampoco menos y que esperaba que se tuviera en cuenta la insularidad. A Armengol se le cayó el papel con el programa justo    cuando Prohens llegaba a las palabras que darían paso a la entrega de la medalla a la reina Sofía, pero fue rápida para ponerse en pie y sumarse al aplauso. La reina pronunció en su catalán, tan peculiar como su castellano, que siempre se había sentido aquí como en casa. Bien engarzado por Prohens el leitmotiv de la celebración de este año –¿qué somos?– con su discurso y con el modo con el que explicó las cualidades de la reina y de las personas y entidades que recibieron los Ramon Llull. Fue Soad Houman, jefa de registro y colecciones de es Baluard Museu, la primera en recoger uno. Hubo relevante presencia cultural en los premios. Y de reconocimiento. Prohens recordó a Pere Serra (y eso lleva también a Miró y a la antológica de 1978) y hubo momentos de emoción. Si hay que elegir uno, es que la madre de una premiada recoja el galardón de su hija fallecida, el de Teresa Costa.

‘Flama al Vent’

La presidenta lució el vestido Flama al Vent, en tono crema, de Sebastià Pons Atelier. La prenda haute couture, parte de la colección Ankh 2024, llevaba adornos con flecos dorados creados para «reflejar un universo en movimiento», según explicó el diseñador, galardonado con uno de los premios Ramon Llull. Con un ajuste ceñido al cuerpo, cuello barco y mangas tres cuartos, el vestido «es una expresión de refinamiento y audacia. La elección de la tela, junto con su color y textura, transporta a quien lo lleva a un universo imaginario, donde emana una luz propia». La mujer que lo viste –remacha Pons– «es valiente y llena de fuerza, moviéndose al compás de l’embat de la Mediterrànea con gracia y confianza». En definitiva, «no es simplemente un vestido».