Pep Pons, diplomático y hermano de Félix Pons que es la persona que más tiempo ha presidido el Congreso. | Pere Bota

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El diplomático Pep Pons (Palma 1948) ha sido embajador en Países Bajos, Dinamarca, Austria y Malta y Cónsul general en Pekín. Esta semana el alcalde de Palma, Jaime Martínez (PP), ha firmado el decreto para dedicar una calle de la ciudad a su hermano Felix que es hasta la fecha, la persona que más tiempo ha presidido el Congreso de los Diputados. Concretamente en los últimos diez años del ‘Felipismo’ en España.

¿El reconocimiento del Ajuntament de Palma a su hermano ha sido consensuado con la familia?
—Sí, mucho. El consenso con la familia era una condición que el propio alcalde había puesto. La elección de la calle (junto al Palacio de Congresos) es la primera opción que nos propusieron y a la familia le pareció bien.

¿Es un reconocimiento que llega tarde?
—Nunca es tarde. Evidentemente hace 13 años que murió Félix. Ha tardado, pero las cosas cuando llegan se reciben con gusto y uno no piensa en cómo ocurrió antes. Es Hijo Ilustre de Palma y ya sabíamos que existe una especie de obligación moral de poner una calle a nombre de un hijo ilustre en una ciudad. Era lógico.

No deja de llamar la atención que tanto la declaración de Hijo Ilustre como ahora la dedicación de una calle han sido aprobados por gobiernos del PP cuando su hermano era socialista.
—Define muy bien el carácter de Felix y el reconocimiento general que tiene como persona de consenso que jamás buscaba enfrentamientos. Nunca daba origen a disputas. Desde su ideología buscaba vías para entenderse. Nunca hizo enemigos y mucho menos en la derecha.

Cuando veo los debates en el Congreso a veces me vienen a la cabeza diputados como Labordeta, o su hermano Félix. Pienso: ¿Qué pasaría por sus cabezas si vieran en qué se ha convertido el Congreso?

—Yo no me atrevo a hablar de las cosas que hubiesen podido ocurrir y no ocurrieron. Félix ya estaba retirado de la política años antes de su muerte, lo que también demuestra su estilo y voluntad de servicio. Lo dió todo y cuando lo había dado todo lo dejó para volver a su casa y a su trabajo. Ya había cumplido suficientemente. Me resulta difícil especular.

Quizá porque es usted muy diplomático, en sentido literal y figurado...
—Si algo tengo claro es que nunca hubiese apostado por una vía que llevara a un enfrentamiento entre dos maneras de ver y gestionar el país. Esa no era su manera de ser. Fue miembro de la Comisión redactora del nuevo estatuto de Baleares cuando presidía Jaume Matas... Si en su momento Felipe le eligió es porque vio en él una persona de diálogo y de consenso.

Puede que el consenso fuera más fácil con el bipartidismo.
—No crea. Recuerdo cosas terribles en la bancada del partido popular. Todos los días montaban una bronca y lo digo con afecto. El propio Trillo cuando después fue presidente del Congreso un día me dijo: «Hay que ver las que le montábamos a tu hermano». Félix era una persona muy receptiva y con mucha capacidad de aguantar las cosas y no buscaba nunca una confrontación.

¿Trillo ha pasado a la historia por un «Manda Huevos» y su hermano por despedirse con un «Gracias»?
—No lo sé... pero sí, en cierta manera. Félix pertenecía a una generación que se metió en política en la transición con espíritu de servicio y voluntad de transformar España en una democracia al nivel de las democracias europeas, no para hacer carrera política. Lo hizo para servir al país y a principios de los 2000, cuando esa misión que se había propuesto estuvo cumplida decidió que era suficiente.

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¿Decidió seguir sirviendo al país educando a una nueva generación de jóvenes como docente?
—Siguió educando. Yo creo que sí. Félix era una persona con carácter y abierta. Muy exigente en cuanto criterios éticos y morales. Tenía interés en transmitir a las nuevas generaciones cómo debía evolucionar la sociedad. Aparte claro de que disfrutaba enseñando el derecho que era su profesión y lo que realmente le gustaba.

Su hermano hizo historia por dos cosas. La primera es ser la persona que más años ha presidido el Congreso.
—Sí, diez años, del 86 al 96 y creo que será difícil que se repita porque las circunstancias políticas no permitirán un escenario político de estabilidad. Aunque, más allá del escenario político, también dice mucho de la persona porque estuvo tres legislaturas.

La segunda, por impedir a tres diputados de Herri Batasuna acatar la Constitución «Por imperativo legal».
—Esto se ha recordado mucho en tiempos recientes por razones obvias. Félix en aquél momento aplicó la ley y el reglamento del Congreso. Mostrar firmeza es algo bueno y saludable para la democracia. Luego el Tribunal Constitucional aceptó cualquier fórmula para tomar, acatar o jurar la Constitución siempre que se dijera Sí. En aquél momento esto no se sabía. Mi hermano aplicó con firmeza la norma que existía. No creo que a él le entusiasmase, pero era un hombre que cumplía la ley y no era un hombre de confrontación. El tribunal dijo luego que después del Sí lo que venía daba igual y ya hemos visto que la capacidad de invención de la gente es muy grande. Dicen cualquier cosa, a mi me parecía más serio lo anterior.

Insisto, quizá porque es usted muy diplomático...
—No me gusta frivolizar con cosas tan serias. Todo lo hacemos por imperativo legal, también ir a 80 por la carretera. Añadir las cosas es un poco absurdo. Si no quiere acatar, no se presente. Algunos lo han convertido en un circo.

¿Su hermano habría actuado igual ahora?
—El Félix diputado habría dicho lo mismo: «Sí acato, sí juro o sí prometo». Y como presidente hubiera acatado la ley. Es más, no recuerdo si hubo más casos siendo él presidente, de diputados que añadieran «por imperativo legal».

El grupo municipal de Vox ha pedido que el retrato de Félix Pons ocupe un lugar preferente en la sala de plenos. ¿Cree que habría pedido lo mismo si no hubiera ocurrido aquello con los diputados de Herri Batasuna?
—No creo que tenga nada que ver una cosa con la otra y además sé de que hablo, porque a título particular he hablado con ellos. Afortunadamente el reconocimiento a mi hermano va más allá de los tintes partidistas. Es amplio y general y en el caso de Vox hay además un conocimiento directo de la persona. Creo que el interés de Vox, como el del alcalde, es reconocer su trabajo y hacerlo teniendo en cuenta a la familia. Mi hermano tiene una amplia trayectoria. Es Hijo Ilustre, Doctor Honoris Causa, Medalla de Oro de la Comunidad... Que una calle lleve su nombre o que su retrato esté en un lugar preferente me parece de justicia, además por una injusticia histórica.

Explíqueme
—Todos los hermanos (fuimos seis aunque ahora quedamos cuatro) tuvimos una influencia de nuestro padre que fue opositor al régimen franquista, obligado a hacer una política clandestina. Pero sobre todo era una persona honrada e intachable que jamás se corrompió y que transmitió el legado de que lo importante es irte cada noche a la cama sabiendo que no le has hecho nada a nadie. Félix fue, de los hermanos, el que más contacto tuvo con mi padre y el que más bebió de esa enseñanza que nuestro padre, y nuestra madre, transmitían y tenían presente. Félix fue un legatario fantástico, persona de bondad y de honradez absoluta.

En un momento, el final del Felipismo, en el que la corrupción estaba la orden del día.
—Acuérdese del «Váyase señor González» de Aznar. Yo en esa época estaba de asesor diplomático y fueron tiempos muy difíciles. Fue un momento de gran actividad en política exterior por una situación sobrevenida (la caída de la URSS, del muro de Berlín, del tratado de la Unión Europea...)El trabajo en política exterior era enorme y la gresca era permanente en la política interior.

Me está diciendo que la gresca en el Congreso no se ha inventado en el siglo XXI...
—Era otra manera de hacer las cosas, pero había pataletas. La gran diferencia es que como no había extremismos, al final en las grandes cuestiones, el PP y el PSOE tenían más fácil llegar a un acuerdo. «Se levanta la sesión y algo más…», esas fueron las palabras con las que Félix se despidió del pleno del Congreso. Fue la típica contención irónica de Félix. Tenía un gran sentido de la ironía y a la vez era contenido, sin estridencias.