Hazel Andrews en el hotel de Magaluf en el que se aloja.

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Hazel Andrews inició sus investigaciones sobre el turismo británico en Magaluf y Palmanova a finales de los 90. Un cuarto de siglo más tarde cree que han cambiado algunas cosas, pero no las más definitorias de un intercambio cultural que sigue conservando su fascinación para parte importante de la población de Reino Unido. «La gente sigue esperando lo mismo de siempre, ese tipo de cosas por las que se Magaluf se hizo popular. Se crearon su propia imagen del lugar y siguen viniendo para ver sus expectativas cumplidas».

Andrews, catedrática de Antropología de la Universidad John Moores de Liverpool, ofreció ayer una conferencia en la Universitat de les Illes Balears (UIB) bajo el título La fi del model de Magaluf?, enfocada en los cambios del núcleo turístico calvianer y la evolución -o falta de evolución- de los británicos que cada año veranean allí, así como sobre la reconversión hotelera de los complejos turísticos de masas. La conferencia fue complementada por una mesa redonda con la participación de María Sebastián, doctora en Historia del Arte, e Ivan Murray, profesor titular de Geografía Humana. El doctor en Geografía Macià Blázquez, moderó el debate.

¿Y qué cosas sí han cambiado desde aquel ya lejano 1997? «La exhibición del britanicismo», explica Andrews. «Se ha perdido toda esa antigua exuberancia a la hora de alardear de la identidad nacional británica con las banderas, los tatuajes... Supongo que refleja los cambios experimentados estos años en una sociedad que se ha vuelto más diversa y que entiende de otra manera la identidad nacional».

Por otro lado, Magaluf sigue manteniendo ese sambenito de zona de tránsito obligado para los jóvenes, una suerte de viaje iniciático antes de dar el salto a la edad adulta. Como un ritual que se transmite de generación en generación. «Esa visión no ha cambiado, pero no son solo los jóvenes: puedes ver a gente de más edad, parejas maduras completamente borrachas y con comportamientos desagradables».

Andrews afirma que el futuro de Magaluf «dependerá de los propietarios de los hoteles» y del modelo que estos pretendan imponer para la zona. Acabar con el turista de playa y cubata es difícil y no puede hacerse de un año para otro, asume, aunque la subida de los precios se está empezando a notar en un progresivo trasvase hacia destinos más económicos

Los tabloides británicos se hicieron eco el pasado verano de una supuesta persecución a los turistas de Reino Unido, de un repudio creciente traducido en precios más elevados -y más aptos para bolsillos alemanes o escandinavos- y leyes contra los comportamientos incívicos por los que son comúnmente conocidos. «Los turistas ingleses tienen una mala reputación que entiendo y que además se nota más porque son muchos los que suelen concentrarse en determinadas zonas». La ley antiexcesos del Govern, asegura, no cayó bien. «No les gustan las restricciones».