Alumnos, con sus teléfonos móviles. | Teresa Ayuga

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La intención del gobierno británico de prohibir los teléfonos móviles en horario escolar pone de nuevo sobre la mesa la conveniencia de utilizar estos dispositivos inteligentes en los centros escolares y la influencia de las tecnologías en el comportamiento de niños y adolescentes.

Francia los tiene prohibidos desde 2018. En Italia, los profesores recogen los smartphones de los alumnos al comienzo de la jornada y tanto Finlandia como los Países Bajos van a introducir la prohibición a partir de 2024.

En España, Castilla-La Mancha y Galicia vetaron los móviles en las escuelas en 2015, mientras que la Comunidad de Madrid lo hizo en 2020. En Baleares predomina la autonomía de colegios e institutos, que se rigen por sus propios reglamentos a la hora de permitir o restringir los dispositivos. La Conselleria de Educació i Universitat del Govern de les Illes Balears no da directrices en esta cuestión.

El col.legi Sagrat Cor de Palma no permite a los alumnos el uso de móviles en horario escolar desde hace tres años. De dejar sin teléfono durante quince días a aquellos alumnos que los utilizaban sin permiso pasaron a que fueran los propios alumnos los que dejaran el móvil en una caja de cartón a la entrada de clase para recogerlo al acabar la jornada. La caja de cartón es ahora una caja fuerte donde «el 90% de los alumnos» depositan voluntariamente su teléfono, según el director de Sagrat Cor, Miquel Àngel Llabrés. «Desde el principio tuvimos claro que no debíamos dejar utilizar el móvil en horario escolar. Es un elemento de distracción que puede generar faltas de disciplina y problemas de convivencia, sobre todo en edades más tempranas», asegura.

El informe global de la Unesco, centrado este año en las tecnologías educativas y publicado a finales de julio, concluye que la excesiva dependencia del móvil afecta negativamente a los resultados educativos de los usuarios menores de edad y recomienda la prohibición de los aparatos en clase «para mejorar el aprendizaje y proteger a los niños y los adolescentes del acoso cibernético». Los partidarios del veto añaden otros motivos: provoca falta de concentración, genera consumismo y rivalidad entre los adolescentes e induce al sedentarismo.

Josep Ramon Cerdà, profesor de lengua y literatura y ex director del Teatre Principal de Palma, no es partidario de prohibir los teléfonos móviles en las aulas «y menos por una decisión gubernamental». Considera que el veto puede servir a corto plazo para arreglar problemas de convivencia «pero es un gran error a largo plazo. Si no educamos en digitalización en la escuela, los alumnos no lo aprenderán o lo harán a su manera. Lo vemos con la educación sexual: no debemos renunciar a educar en un ámbito importante, porque si lo hacemos, la educación se producirá sin observar los principios que seguramente nos gustarían».

«Prohibir los móviles en el colegio hace que los niños tengan un mayor deseo de utlizarlos», señala Jordi Llabrés, profesor titular de universidad de terapia de conducta en el área de personalidad, evaluación y tratamientos psicológicos del Departament de Psicologia de la UIB. Jordi Llabrés, que dirige el Laboratori de Conducta i Tecnologia (BATLAB) de la UIB, coincide con Cerdà en que el veto «puede servir para intentar quitarse un problema de encima, pero la tecnología nos rodea por todas partes y es imposible eliminarla de nuestras vidas. No se trata de prohibir, sino de poner limites. Y sobre todo, de aprender a utilizar la tecnología. Si la eliminamos de las aulas, no podremos enseñar a usarla».

Los tres expertos consultados coinciden en las bondades de las tecnologías como herramientas pedagógicas. «Yo mismo he hecho servir el teléfono móvil con mis alumnos en actividades puntuales», asegura Miquel Àngel Llabrés. «A partir de los 14 años son más maduros y están mejor preparados para utilizar los dispositivos inteligentes, pero creo que hacerlo antes de esa edad es prematuro», afirma. Cerdà utiliza el teléfono móvil en clase con sus alumnos de bachillerato, sobre todo para grabar videos en trabajos de expresión oral, escanear códigos QR, mirar mapas y digitalizar documentos. En su opinión, «la digitalización va muy rápido y por eso hay profesores que intentan poner limites en aquellas áreas que son de su responsabilidad, porque a veces se nos pide demasiado sin dotarnos de recursos para conseguirlo». Por eso pide que la digitalización en las escuelas vaya acompañada de una mayor inversión: «nos jugamos el futuro como sociedad. No puede ser que los profesores nos tengamos que formar digitalmente fuera de nuestro horario laboral o que tengamos que poner nosotros el ordenador portátil».

Para Jordi Llabrés, las tecnologías tienen impactos positivos y negativos sobre el comportamiento infantil «porque depende de las intenciones del usuario. Por eso es imprescindible aprender a utilizarlas y eso sólo se consigue con formación y práctica». El director del BATLAB impartirá el próximo día 10 el taller online «La tecnologia i els fills» para orientar a padres y madres de estudiantes de educación primaria sobre cómo influye la tecnología en el comportamiento de los hijos y darles estrategias para gestionar su uso. ¿Qué deben hacer los padres para prevenir los abusos de la tecnología sin prohibir su uso? «De entrada, poner límites que sean fáciles de conseguir para poder premiarles cuando los cumplen. Eso hará que aprendan a respetar los límites y que podamos ir aumentándolos progresivamente», asegura.

Jordi Llabrés es partidario de que niños y niñas se familiaricen con el uso de tecnologías a edades tempranas: «Pueden empezar a los 8 años con un máximo de 10 minutos al día, por ejemplo. Con esa edad tienen más tiempo de aprender a utilizar la tecnología y, sobre todo, a respetar los límites, porque una vez conseguido eso, después todo es más fácil». Para aquellos padres poco introducidos en las tecnologías, el director del BATLAB tiene un mensaje tranquilizador: «A la hora de poner limites es más importante el sentido común que ser un experto en tecnología: basta con preguntarle a nuestra hija si la foto que va a colgar en Instagram la pondría en la puerta de casa para que la viera la vecina».