Miguel Tuero y Joan Pau Vergara, en Air Hostess. | Jaume Morey

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«El mundo de la aviación es algo que me interesa mucho. Mi madre me llevaba en su vientre cuando trabajaba en los aviones», dice Joan Pau Vergara, de 20 años, que hace unos días se examinó para conseguir la titulación de auxiliar de vuelo, más conocido como azafato. La historia de la figura de estos profesionales comenzó como palabra femenina y hoy se reconoce como Tripulación de Cabina de Pasajeros (TCP).

Sus inicios en España se remontan a mediados de los años 40. Iberia fue la primera compañía aérea en implantar este servicio en vuelos de larga distancia. Hay cerca de 500 personas con la licencia de TCP en Mallorca desde 2015, año en que aparece en la Isla la primera escuela oficial de aviadores de vuelo, Air-Hostess. Actualmente, la paridad es casi una realidad en este gremio. El 40 % de los alumnos son hombres, «pero ha habido cursos en que solo eran mujeres o solo un hombre», apunta la CEO de la empresa, Elena Ruiz.

La formación dura aproximadamente dos meses y la edad mínima para comenzar estos estudio está en los 16 años. En España, hay 32.847 tripulantes de cabina de pasajeros certificados por la Agencia Estatal de Seguridad Aérea, que pertenece al Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana. A lo largo de 2022 se expidieron 2.847 certificados nuevos.

Joan comenzará a volar una vez sepa la nota de su examen. No fue ningún empedimento para él que fuera una profesión con más presencia de mujeres. Con 18 años, se marchó a Irlanda a trabajar en bares y a aprender inglés. Lo último le ha permitido tener mucha fluidez del idioma, que es algo fundamental para ser auxiliar de vuelo. Durante la formación, sepreparan para primeros auxilios y distintos temas de suma responsabilidad para controlar cualquier incidente entre los pasajeros durante un vuelo. Lo que más le gusta de su oficio es el trabajo el equipo. «La gente sigue pensando que solo arrastramos carritos y servimos café y comida, pero hacemos muchas más cosas. Es más complejo de lo que parece», defiende Joan Pau.

Pedro Soto, de 26 años, hace seis que trabaja como auxiliar y se está formando para convertirse en piloto. «Mi profesión sigue estando estigmatizada, pero en comparación con los pilotos estamos más abiertos». Aunque cree en que cada vez habrá más hombres, considera que, per se, «es un sector que llama más la atención al género femenino por una cuestión de gusto, no de elección».

«Nunca he sentido algún comentario despectivo por ser hombre, sino todo lo contrario. Pero una vez, un pasajero sí dijo un comentario que me pareció misógino: que estaba contento de ver a hombres en la cabina porque así se sentía más seguro», recueda.

La profesión ha cambiado, y sigue haciéndolo, a nivel de género, pero sí que Pedro confiesa que en las entrevistas todavía la imagen predomina aunque no es lo principal, como pasaba hace años.

Los cambios
Las primeras compañías aéreas en España, como Ibera y más tarde Spantax, vieron enseguida el valor que tenía la asistencia durante los vuelos. La primera denominación era la de azafata, pero se llegó a barajar otras opciones como aeromozas. Era una profesión elitista y, en cierto aspecto, discriminatoria.

La evolución la cuenta Javier Rodríguez, presidente de la Asociación Amics de Son Sant Joan, en el libro Spantax, auge y caída de una pionera charter. «Hasta hace poco se pedía una estatura mínima, cierta belleza y se valoraba el cuerpo. Tenían que ser chicas guapas y jóvenes, de buena familia la inmensa mayoría, ya que en esa época, en una España franquista, muy pocas podían permitirse tener estudios e idiomas».

La vestimenta ha sido un punto fuerte entre las azafatas y atraía a los diseñadores de la época. Era importante, en ese momento, «el glamour en los uniformes. Marcas como Pertegaz o Elio Berhanyer han diseñado trajes de las azafatas de las primeras compañías áereas españolas.

Miguel Tuero, de 42 años, lleva 19 años como tripulante de cabina de pasajeros y sobrecargo (encargado de la cabina). Ha vivido los procesos de transformación de su profesión, desde la degradación de la calidad del servicio a bordo hasta la eliminación de los requisitos físicos y de belleza, tan marcados por aquel entonces. «Las entrevistas se basaban en la imagen que tenías. Si no cumplías, no te contrataban. De hecho, cuando empecé había compañías que no cogían a hombres. Y los tatuajes estaban prohibidos».


Desde entonces «ha cambiado mucho». Miguel vivió el momento más glamuroso de los 90, desde dormir en hoteles de lujo hasta el todo incluido para el pasajero. Volar tenía muchos beneficios. La popularización hizo perder, poco a poco, esa calidad. «Ahora lo que vemos en los aviones son más funciones comerciales pero esto se debe a la bajada de precios en los billetes. De alguna forma las aerolíneas tienen que ganar». Viajar ya está al alcance de todos», apunta este tripulante, que además es instructor de TCP.

Las condiciones laborales son las mismas para todos. La regulación horaria es firme pero la calidad, distinta. Ahora la siguiente lucha será conseguir la jubilación anticipada que tanto reclaman y que se les reconozca como «profesión penosa y peligrosa».