Isabel quiere contar su historia pero prefiere no mostrar su rostro. | M. À. Cañellas

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Isabel (nombre ficticio) no sabe qué hacer para conseguir que un psiquiatra vea a su hijo de siete años afectado de TDAH (transtorno por déficit de atención e hiperactividad). Saúl (nombre ficticio también) fue diagnosticado hace seis meses en el Instituto Balear para la Salud Mental de la Infancia y la Adolescencia (IBSMIA) de Son Espases, un año y medio después de mudarse a Mallorca desde la Península, donde le habían tratado neurólogos, psiquiatras y psicólogos de la Seguridad Social.

«Presentaba síntomas desde pequeño, e incluso le habían prescrito medicación desde los dos o tres años, pero el protocolo indica que hasta los seis años de edad no se puede hacer un diagnóstico», explica Isabel, quien asegura que «en Son Espases no le han hecho ninguna prueba, y ni siquiera han hablado con él. Para diagnosticarle, fueron sus profesores quienes le hicieron unas pruebas y rellenaron unos papeles. En año y medio, hemos tenido tres citas presenciales con dos psiquiatras distintas, pero solo han hablado conmigo, mientras el niño esperaba fuera», indica esta madre.

«Al principio, le pusieron una medicación que le fue fatal: empezó a hablar solo, a tener alucinaciones visuales, se asustaba de repente, tenía un comportamiento muy raro y no quería comer nada. Tanto el colegio como yo avisamos a la psiquiatra por correo electrónico, porque aún quedaba un mes para la siguiente cita, y me llamaron para cambiarle la medicación», relata.

Cita anulada

Esto sucedió hace dos meses, y desde entonces, Isabel solo ha podido acceder a otra cita telefónica. «Teníamos cita presencial a principios de mayo, pero el día antes, nos llamaron para anularla porque, según nos contaron, la psiquiatra está de baja y no saben cuándo habrá un sustituto ni quién será, así que de momento no nos pueden dar una nueva cita. Desde entonces, no nos han vuelto a llamar. Solo nos han dicho que si vemos que el niño empeora o tiene alucinaciones, lo llevemos por Urgencias», denuncia.

«La nueva medicación parece que va mejor, aunque últimamente lo veo un poco peor, como más llorón y más rebotón. No sabemos si es que se está habituando a la medicación, si necesita que le aumenten la dosis o qué pasa», señala Isabel, quien no tiene recursos para llevar a Saúl a un psiquiatra privado, ya que hasta hace dos semanas estaba desempleada y vive, con su hijo, en casa de su madre, quien los mantiene. Afortunadamente, Isabel acaba de empezar a trabajar como camarera de pisos en un hotel.

También denuncia que en Semana Santa hizo los papeles en la Direcció General d’Atenció a la Dependència del Govern para obtener un reconocimiento de discapacidad para Saúl y así poder acceder a ayudas, actividades y apoyo, pero aún no ha recibido respuesta. «Solo queremos que atiendan bien a Saúl para que pueda hacer vida normal. Que esté bien medicado, que tenga un buen seguimiento y que no dé problemas a nadie, porque un niño que no está correctamente medicado, a ver por dónde puede salir. Nos asusta que le dé un brote de algo o haga alguna cosa que perjudique a alguien», concluye.