Xochilt Bolaños, fotografiada este martes en Palma con motivo del Día Mundial del Refugiado. | Angie Ramón

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Hubo un tiempo en que en El Salvador se podía vivir bien. Xochilt Bolaño, de casi 24 años, era muy pequeña cuando salir del departamento de La Libertad, era casi un acto seguro. Recuerda una infancia feliz, pero, poco a poco, la situación empeoraría y lo más seguro era portegerse en casa a partir de cierta hora del día.

Su padre era policía. Durante 22 años se dedicó a esta profesión en un país donde se mataba casi a diario. En casa se preguntaban siempre «¿papá va a volver?», porque «nunca sabíamos si regresaría o si le había pasado algo. Trabajaba en las afueras y corría peligro», rememora la joven desde Palma cuando se cumplen cinco años desde que huyeron del país tras recibir una extorsión por parte de la organización criminal Mara Salvatrucha, conocida como Mara 13.

«Mi padre recibió unas llamadas. Nos extorsionaron y nos amenazaron si no pagábamos lo que nos pedía. Mi padre decidió que tocaba irse ya del pueblo». Piden una cantidad importante cuando en un país como El Salvador la economía arrastra una sociedad con pobreza extrema.

Xochilt sitúa este suceso en octubre de 2018. «En nuestro distrito mandaba la Mara Salvatrucha, pero en otros está el 18. Estas dos son las más peligrosas del país». Por la situación que estaban viviendo, tuvieron que irse de allí antes incluso de pestañear. «Cogimos una o dos maletas de 10 kg y nos fuimos», detalla Xochilt en esta entrevista con motivo del Día Mundial del Refugio, que se celebró ayer.

Nueva vida

España fue el destino que escogieron por su cercanía cultural y por la lengua. «Mi papá nos dijo que teníamos que irnos muy lejos, pero yo imaginaba ir a Madrid, no que viniéramos a Mallorca. No conocía esta Isla en ese momento». Pagaron un billete de ida y vuelta para justificar el viaje, pero la intención nunca fue volver por el peligro que corrían. Llegaron el 19 de noviembre a Palma y se fueron a un hotel. «No sabíamos qué hacer», relata la joven, que en ese momento tenía 19 años y su hermano Gustavo, 14.

Cuando el dinero se les acabó, tocaron la puerta de Creu Roja. Entraron enseguida en la red de acogida de personas refugiadas, en su caso por persecución. Su proceso progresó con creces: de pasar una temporada en un centro de acogida, a tener, la familia, su propio hogar; de no tener un futuro claro a conseguir contratos de trabajo. «En España nos sentimos muy seguros. Mi padre es ahora cuando tiene mucha paz y yo sé que puedo salir por la noche sin que me pase nada. En mi país, a las ocho de la tarde, no podía pisar la calle. Es increíble ver lo que hemos logrado con ayuda de Creu Roja, y yo, el haberme convertido en la mujer que soy y seré», destaca con orgullo.