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El día luce tapadote, así que me acomodo en el mitin cara al sol. Uf, que eso suena fatal. Quiero decir que me instalo frente al astro rey, para recibir esos primeros rayos primaverales tan saludables. Sa Feixina está tan atestada que solo sobresale al fondo el monolito, aquel que un día tienen que derribar y otro no. En un lado, discretamente ubicado, reparo en el legendario comandante Tolo Del Amor, leyenda viva de la Guardia Civil y ahora candidato al Parlament por Vox. Se nota que no es político, si no estaría chupando cámara en primera fila. Antes de que empiece el acto, una de las sillas de plástico se rompe estrepitosamente y un chico del público se da de bruces contra el suelo. Posiblemente le ha caído una maldición, porque lleva una camiseta naranja, que es el color de Ciudadanos. A quién se le ocurre. En el parque no cabe un alfiler. Solo hay medio banco libre, ocupado por un indigente con cara de pocos amigos.

Cruzando desde el bar Cuba detecto a un varón que a duras penas sostiene una especie de mástil de velero con una bandera española de cinco metros de altura. Un Titanic de tela patria. Me aparto con disimulo, que quedar sepultado bajo la rojigualda gigante es muy patriótico, pero si eso otro día. De improviso, otro sobresalto. El público ruge enfervorecido y jalea a Santiago Abascal, que hace su aparición en el escenario y arenga a las legiones cual Julio César. Temo delirar, pues por un momento creo que Jorge Campos y el general Fulgencio Coll se han fundido en un abrazo. Luego confirmo que Abascal está en medio: falsa alarma. No hay manera de concentrarse, suena el móvil. Es mi hermano no biológico Pep Matas, periodista jubilado y rojo confeso actualmente exiliado en un pueblo de Cuenca: «¿Cómo? ¿Que los periodistas todavía vais a mítines? Yo fui a uno de Felipe González en la Plaza de Toros de Palma, en 1982. Prometió que no entraríamos en la OTAN. Dos meses después entrábamos». Aguafiestas. Con lo emocionante que estaba siendo la fiesta de Santi.