Uno de los fósiles de amonites más bien conservados se encuentra en plena avenida de Jaume III, donde miles de personas lo pisan cada día sin saber qué es. | Pilar Pellicer

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Cuando los dinosaurios todavía habitaban la Tierra, un amonites que nadaba en las profundidades del océano murió. Los restos de este molusco, emparentado con ostras, pulpos y caracoles, estaba protegido por una concha en forma de espiral y se conservaron como fósil entre los sedimentos del fondo marino. Ocurrió en el Jurásico Medio, hace entre 174 y 163 millones de años. El caparazón acabó por disolverse con el tiempo, pero su marca quedó esculpida en la roca, ubicada en algún punto de lo que ahora es la Serra de Tramuntana. El bloque fue extraído de una cantera en los años cincuenta y acabó sirviendo de losa en la avenida de Jaume III de Palma, una de las vías comerciales más importantes de la ciudad, por la que pasan centenares de personas cada día.

El vestigio de aquel y otros animales marinos son pisoteados constantemente en esta calle y otros puntos de Ciutat, pues «está plagado de estos seres», según explica Lluís Gómez, profesor de Geodinámica Externa del Departament de Biología de la Universitat de les Illes Balears (UIB). El biólogo, al igual que hace con sus alumnos, guía a Ultima Hora por los rincones más transitados de Palma donde poder apreciar estos restos que pasan desapercibidos. En uno de los escalones del carrer d’Arabí, ante el Cafè l’Antiquari, hay otra marca de amonites. Son fáciles de distinguir porque tienen forma de ensaimada. Ante el edificio de Cort, justo en las losas que hay en la entrada, se pueden identificar más marcas de ejemplares.

Durante la ruta, el biólogo dirige a este medio hasta la zona ajardinada de la Plaça de la Mare de Déu de la Salut. Se agacha y con el dedo índice señala otro fósil, rodeado de chicles y manchas de suciedad. Se trata de un molusco que conformaba los arrecifes del océano Tetis en la era de los dinosaurios. Mucho después de su extinción, en la Mallorca de hace 160 mil años, un Myotragus balearicus caminaba por un campo de dunas cercano a la costa.

Entre chicles.

Este mamífero, endémico de las Islas y similar a una cabra, acudía a estas zonas para obtener sal con las que completar su dieta. En esas incursiones por unas dunas parecidas a las de Maspalomas (Canarias), sus huellas quedaron fosilizadas. Al pisar la superficie de la arena generaron una depresión y la humedad y el viento, junto con la arena que transporta la brisa, las taparon rápidamente y se conservaron. Aquellas dunas se convirtieron en roca y han sido históricamente uno de los principales recursos para la construcción. Ahora se pueden ver rastros de Myotragus en cientos de bloques de marès usados para edificios de toda Palma, como la iglesia de Santa Catalina de Siena o las murallas del Parc del Mar.

Identificación

Las huellas son difíciles de identificar porque no se aprecian como un grupo de pisadas, una detrás de la otra. En función de cómo los canteros tallaran los bloques, o como los colocaran los albañiles, en algunos casos las marcas de las pisadas de se ven como una holladura en el marès, seguida por una estela de la arena que la pezuña levantó al moverse. Como pasa al caminar con chanclas por la arena, pero sin que nuestras huellas queden petrificadas.

Un amonites en las escaleras del carrer d'Arabí.

Huellas de Myotragus en las paredes de la iglesia de Santa Catalina de Siena.

En otros casos, el rastro de este animal se ve como un corte vertical, de la huella, como si fuera un pedazo de tarta en el que vemos las diferentes capas del pastel. En los bloques de marès se aprecian unas láminas, formadas por las pisadas de arena más gruesa y otras más finas, que corresponden a las capas acumuladas por el viento durante años. Las pisadas se ven como una deformación que rompe la continuidad y la horizontalidad de estas líneas blanquecinas.