Imagen de la manifestación del miércoles. | Jaume Morey

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Cati Ginard participó con su sobrina en la manifestación del 8-M de las 19.00 horas, que convocaba el Moviment Feminista de Mallorca (MFM) porque salía del trabajo media hora antes. Una joven, que sostenía a su bebé, no se había enterado que a las 18 horas había otra movilización de lo mismo pero organizada por la Coordinadora 8-MTransfeminista. Dos amigas, Marina y Paula, pensaban esperar en Cort la del MFM, pero al saber que terminaría en otro sitio, por horario decidieron participar solo en la primera. Manuela Herrero, una señora mayor, se desubicó y pensaba que la de las seis era «la que se hace cada año».

La polarización del movimiento feminista no solo ensucia una lucha que debe ir al unísono, sino que separa personas, discursos y genera confusión. Esto fue, en parte, lo que se respiró anteayer entre ambos grupos. La cascada de críticas hacia el feminismo deja espejos empañados que no nos deja leer la letra pequeña aunque lo intentemos.

Lo más triste es ver un movimiento fuerte caminando dividido en el Día de la Mujer, una jornada para salir a la calle y unir todas las voces, sin fisuras. Parece ser que predominan ante todo los discursos políticos de estos años, Irene Montero y el tira y afloja de las modificaciones de la ley del ‘solo sí es sí’ y la tensión en torno a la ley trans, cuando el trasfondo es mucho mayor en el 8-M:desigualdades, violencias de género, la falta de equidad salarial o la trata o explotación sexual.

Desde el sector feminista más criticado por los colectivos LGTBI+ no responden a las acusaciones que se les ha hecho, como que no acepten la diversidad. Su postura fue solo la de no apoyar una ley que supusiera un retroceso a la lucha feminista y un «borrado de las mujeres», como creen que sucede con la ley trans y la libre autodeterminación. También se mostraron contrarias a la normativa del ‘solo sí es sí’ por provocar rebajas de las penas y dejar así «depredadores» por las calles. Y se reconocen partidarias de abolir la prostitución, un pensamiento que ha dividido, en estos años, al propio gobierno y a las feministas.

Los colectivos LGTBI+ no se siente seguros en entornos donde prima esta objeción por parte del movimiento feminista.Así se sienten y así lo quisieron demostrar en Palma creando una coordinadora para tener «espacios seguros». La libertad de expresión es un derecho democrático y nutre las sociedades. Nadie debería seguir un movimiento que no le representa, está claro. Pero politizar la lucha del 8-M, reivindicaciones necesarias y que tienen mucho efecto, como nos demuestra la historia, significa cercenar nuestra fuerza y alimentar a la oposición de los feminismos.

¿Futuro dividido?

Lo que sucedió este 8-M, y que en algunas comunidades también lo vivimos el 25 de noviembre, Día de la Eliminación de las Violencias Machistas, podría marcar el transcurso de la historia feminista. Muchas mujeres aseguraron no solo no saber qué ha pasado, sino que se cuestionaron lo que pasará ahora.

A esto se suma el hartazgo de un gran público de mujeres que no saben, o no quieren, participar en este debate político. Quizá porque la lectura que hacen no es la que se espera, pero eso se vio también reflejado en un día que debía ser multitudinario y hubo menos participación de lo que tocaría. Hay madres que expresaron estar «cansadas», jóvenes que prefieren «hacer de este día una lucha individual» y abuelas que dijeron «ya no es lo que era». A lo mejor es un buen momento para reflexionar sobre el feminismo que queremos, de detectar en qué falla –creo que todas estamos de acuerdo en que el 8-M sea lo más inclusivo posible–, y valorar nuevos escenarios.

Algunas manifestantes quisieron enviar un mensaje con sus pancartas: «Mujeres trans son mujeres» o «aquí está la resistencia trans». Pero el 8-M es un día donde nuestras libertades priman por encima de todo, donde se recuerda la luchas de miles de compañeras a lo largo de la historia. Juntas es como más se avanza en nuestros derechos.