Alberto, nombre ficticio, relata lo que vive estando todavía dentro de la organización.

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Vive una vida paralela desde hacen unos años y nadie lo sabe, solo él. Él es el mal denominado PIMO, en sus siglas en inglés, en los Testigos de Jehová, que traducido sería «físicamente dentro, mentalmente fuera». Alberto, nombre ficticio,es un joven con hijos, atemorizado por las repercusiones que podría tener la decisión de irse de la organización o, lo que llama, «secta».

Nació envuelto en las predicaciones y adoctrinamiento. «Me hubiese gustado hacer una carrera universitaria. Me preparé de hecho el Bachillerato e hice la Selectividad pero mis padres me amenazaron con que si lo hacía, me echarían de casa», confiesa Alberto. Todo en el mundo pagano, le explicaban, era demasiado peligroso, que solo podía predicar y relacionarse con personas dentro de la organización. «Me decían que 'los testigos son personas de verdad'», rememora.

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Sus dudas acerca de esta doctrina le llegaron en dos etapas de su vida. La primera, con 14 años: «Como a todo adolescente, me entraron dudas y me puse a investigar y vi cosas que no cuadraban con lo que decían los Testigos de Jehová. Por ejemplo, relacionado con el fin del mundo. Dicen una fecha en concreto y nunca se cumple. Se enteraron mis padres de mis investigaciones y mi madre me llegó a humillar, diciéndome que esta era la razón verdadera y que no podía dudar. Así que decidí ponerme una máscara».

La segunda crisis le llegó con 18 años, cuando tuvo que lidiar con el dolor de no poder estudiar una carrera universitaria. «Desde una mirada retrospectiva, vi que los estudios eran una forma de sobrevivir. Todo lo que sabía, lo escondía. Estuve fingiendo y viviendo al máximo esta religión, pero no es fácil mantener otra cara». Aunque Alberto no es un expulsado, porque sigue físicamente, ya no acude a ninguna reunión.

Hace esta entrevista totalmente anónima por miedo a represalias, pocos conocen su caso pero él sí saben de más personas que son PIMO.