Exterior de la caseta instalada hace dos décadas para la venta de pisos que no llegaron a ser construidos y que hoy es el domicilio provisional de dos personas. | Gemma Andreu

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Se llama Manuel Valera Medina, tiene 63 años, es de un pueblo de Barcelona y vive en Menorca, primero en Ciutadella y ahora en Maó, desde hace 26 años. Arrastra una lesión desde joven por fractura en una pierna y tiene por ello reconocida una minusvalía del 38 por ciento.

Ha encontrado refugio en la caseta que sirvió de oficina de promoción de viviendas en la avenida de La Florida, entre Fort de l’Eau y los pisos de lujo de Sa Punta de Rellotge de Maó. «Misteriosamente hay luz, llevamos agua y nos podemos asear», cuenta en plural porque desde hace dos meses vive allí con otro compañero mayor que también padece una minusvalía.

Es un lujo haber encontrado este refugio, «allí comemos y dormimos, escuchamos la radio, no hacemos ruido ni nos metemos con nadie, no entiendo por qué nos han denunciado los vecinos, no somos delincuentes ni drogadictos», relata. A las denuncias, procedentes presumiblemente de las viviendas de Fort de l’Eau, ha respondido la Policía Nacional, que los tiene bajo control.

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También la Policía Local, «el otro día tocaron la puerta a las tres de la mañana, inspeccionaron el interior y nos dejaron tranquilos», añade. Después de una trayectoria tortuosa, reclama un poco de respeto, por fin ha encontrado un poco de estabilidad y amabilidad en una vida que le ha tratado más mal que bien.

En una okupación anterior, no lejana de la actual, perdió toda la documentación incluidos los papeles médicos de su minusvalía en un incendio provocado por otro okupa. Se ha liberado de las malas compañías y ahora vive de una prestación de algo más de 400 euros del SEPE y de la ayuda alimentaria de entidades sociales. Lava la ropa en una lavandería de Fort de l’Eau y casi puede llevar una vida normal.

Cocinero en su juventud

En sus años realmente normales, los de su juventud, fue cocinero en Tenerife y ha intentado volver al oficio siendo como es esta una profesión muy demandada en verano. No ha tenido suerte, en el SEPE le informaron de que buscaban a gente más joven, «una pena, era bastante bueno en las parrillas», rememora.

A falta de trabajo en su oficio, reconoce que durante todos estos años «he hecho algunas cosillas, o sea, he trabajado en lo que he podido», cuenta. No tiene inconveniente en dar la cara, «solo quiero que no nos echen mientras no tengamos un techo». En su historial de okupación solo aparecen casas abandonadas, «nunca he forzado una cerradura», afirma. Antes de entrar en esta vida nómada y mal vista, mientras tuvo trabajo vivía en habitaciones de alquiler.

Su aspiración hoy es como su estatura, más bien pequeña y un poco insegura, es un okupa de otro perfil. Es su relato.