El corcho maldito. Una de las anécdotas que no olvidará es que en una de las galas de los martes, donde se comía langosta, abrió una botella de cava y el corcho dio en la cabeza de su jefe. Hacía 20 días que había empezado a trabajar. | R.L.

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Comenzó bien joven a trabajar. Con 14 años, se metió en un bar los fines de semana para pagar los estudios, y de vez en cuando hacía la temporada estival en la antigua cafetería Internacional del Port d’Alcúdia. Pero a Joan Villanova (Pollença, 1959) se le conoce por ser un reputado camarero del antiguo Hotel Molins, construido en 1960 en Pollença, lo que ahora es el Grupotel Molins.   

Entró con 17 años y, 47 años después, se jubila del que ha sido su hogar y su familia, toda la vida. Le gusta llamarse camarero, a secas, en lugar de jefe de barra, que es lo que ha sido en los últimos 15 años. Tampoco quiere que le señalen detrás de la barra, porque siempre ha estado delante junto a sus «invitados» –los clientes y huéspedes.

Joan Villanova
Joan Villanova.

El pasado 13 de diciembre firmó el fin de su etapa laboral entre cafeteras, licores y desayunos. Además, fue distinguido en los premios de Fomento de Turismo de Mallorca con la medalla de oro. «No sé lo que haré a partir de ahora, mi trabajo me apasiona», dice Joan desde su casa en Pollença, donde todavía se acostumbra a una vida más relajada en casa con su familia.

Inicios

Era 1977 y tenía 17 años cuando Joan acudía por primera vez a trabajar en el Hotel Molins. «Mi padre me acompañó y me advirtió dos cosas: que fuera buena persona y un buen trabajador. Estaba muy nervioso, lo veía muy grande para mí. Era un  hotel importante, de cuatro estrellas, y era muy complicado entrar. Me dijo que lo probara un mes y que luego me recogería. Nunca tuvo que venir», rememora.

Solo estuvo un mes en cocina porque lo suyo era tratar con la gente, servir cafés, ir de mesa en mesa. Allí vio de todo, desde extranjeros fieles al hotel, propinas  de 1.000 pesetas casi a diario de una alemana y galas auténticas. Villanova destaca que «estar en el bar era mi sueño». Y lo cumplió. Ahora le cuesta ir como cliente «porque ves lo peor y lo mejor. Creo que hace falta una escuela para aprender de este oficio», dice.