Antoni Torres.

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Antoni Torres era el director general d’Interior cuando ocurrió la catástrofe del Prestige y fue el responsable político de todo el operativo de transporte y trabajo de los voluntarios de Baleares. Torres recuerda que «hasta que llegó la primera marea negra, hubo una cierta tranquilidad política, pero cuando el fuel empezó a teñir el litoral gallego, se inició la presión de numerosísimas personas que querían ir a limpiar. En ese momento, tanto el Ministerio de Medio Ambiente como la Xunta de Galicia no querían voluntarios, pues no estaban preparados para recibir una gran afluencia de gente. Sin embargo, a finales de 2002, se celebró una reunión entre ministerio y comunidades autónomas en la que se dieron dos opciones: enviar dinero o enviar voluntarios, asignando zonas de la costa gallega a cada comunidad».

Torres se desplazó a Galicia para elegir, entre los municipios de la Costa da Morte, uno para los voluntarios de Baleares. El entonces director general señala que «hice una ruta por esa zona. Me reuní con varios alcaldes y resultó que en Camariñas había un bloque de apartamentos vacíos que podía alojar a nuestros voluntarios y el ayuntamiento ponía las camas».

De este modo, tras un primer viaje de voluntarios en diciembre a Muxía, O Grove y Camariñas, a Balears se le asignó la limpieza en este último municipio y se organizaron, entre enero y mayo, contingentes de unos 60 personas cada semana, incluyendo un médico, una enfermera, dos bomberos y varios miembros de Protecció Civil. En total, unos 1.200 voluntarios de Balears fueron a Camariñas entre enero y mayo con el operativo organizado por el Govern, aunque Torres calcula que «otros 800 ó 900 fueron por su cuenta, trabajando en diversos puntos de la costa de Galicia».

Antoni Torres indica que «cada año voy a Camariñas, donde hice buenos amigos y mantengo una buena relación con el Ayuntamiento. La Xunta de Galicia concedió su Medalla de Oro a Balears por nuestra ayuda. Actualmente, la costa está perfecta y, pese a un cierto caos y los reparos iniciales, hay que decir que la organización funcionó muy bien. De mi etapa como director general, de lo que me siento más orgulloso es precisamente de la solidaridad y generosidad de los voluntarios de Balears. Yo iba una vez cada mes y en una ocasión tuvieron que sacarme del chapapote, pues era muy fácil que se te hundiera una pierna y luego no poder moverla. Lo único frustrante era que, tras una jornada de dura limpieza, al día siguiente volvía a estar todo lleno de fuel».

El exdirector general destaca que «el ambiente era muy bueno, de mucho compañerismo. Incluso de allí surgió alguna boda. Había voluntarios que nunca habían cogido un avión. En principio, no dejábamos que nadie repitiera para dar cabida a todos los inscritos, pero había voluntarios que querían volver una y otra vez».

La presión y las ganas de ir a Camariñas   eran tantas que se estableció un criterio territorial para seleccionar los contingentes, una especie de turno por municipios. Torres señala que «en medio de    lo que era una catástrofe ambiental, la verdad es que fue una experiencia única de la sólo tengo buenos recuerdos».