palma digital elena torres reportaje cancer foto morey | Jaume Morey

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«Soy enfermera titulada, trabajo en las urgencias de Son Llàtzer y la clínica Rotger y el día en el que me dijeron que tenía cáncer de mama, me eché a llorar como una niña pequeña», confiesa Elena Torres, de 32 años, y a la que la vida le cambió el pasado mes de marzo. Una mañana cualquiera empezó a notar un dolor en una axila, pero lo achacó a un mal gesto con la reciente mudanza que había llevado a cabo a Pollença o a un tirón de sus dos 'perrazos'. Más tarde se detecto un bulto y ya no pudo dejar de llorar. «Esto no pinta bien», se dijo a sí misma.

Recordó a su abuela Pilar, que hace ocho años logró superar un cáncer de mama, y ella se ocupaba de cambiarle el vendaje después de la mastectomía que le practicaron. «Repetía como un loro en el hospital que se no preocuparan, que su nieta era enfermera y se ocupaba de todo. Y ahí estaba yo cada mañana para ayudarla con el vendaje de compresión y llevarla a rehabilitación. Ahora ya no está, y me gustaría sentirla aquí conmigo», dice Elena. También se acordó de su tía Loli, que luchó como una jabata contra el cáncer de pecho durante diez años y un buen día su cuerpo dijo basta, en el sofá de su casa, ya con metástasis en columna e hígado. «A veces hago como ella, miento diciendo que no estoy en casa cuando estoy tan cansada que no quiero ver a nadie».

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El diagnóstico tardó en llegar. A finales de mayo de este año le dieron los resultados: un tumor hormonal muy agresivo al ser tan joven, pero con un buen pronóstico. El 9 de junio comenzó el tratamiento con quimioterapia. Lleva ya 11 sesiones, le quedan todavía cinco más. Luego tendrá que verse con el cirujano para la operación y estudiar si hacen falta sesiones de radioterapia. «He tenido suerte con las enfermeras, la oncóloga y todos los trabajadores del hospital de día de Inca. Por no hablar de mis compañeras, que están en la misma situación. Nos contamos todo, celebramos las buenas noticias y nos apoyamos cuando no son tan buenas. Somos una minifamilia», admite.

Elena ha paralizado sus planes futuros por el momento, por ejemplo, ser madre, que ya estaba en su mente cuando le diagnosticaron el cáncer. «Vivo el día a día. Con eso ya tengo suficiente. Un paso tras otro. Sinceramente, a mí lo que me pide el cuerpo es quedarme tirada en el sofá todo el día. Pero mi marido y mi familia me obligan a hacer cosas, a salir a pasear con los perros, hago pilates... son unos sargentos conmigo, así me olvido de todas las secuelas de la quimio: la acidez, el cansancio, el dolor constante... Lo que sí tengo claro es que cuando acabe este periplo, voy a plantearme mi trabajo de otra manera. Se acabó trabajar una media de 24 o 26 días al mes, los turnos dobles... quiero disfrutar la vida», apostilla.