Raül Genovès posa en un patio de la Facultad de Filosofía y Letras del Campus de la UIB. | Pere Bota

TW
8

No hay quien interrumpa a Raül Genovès (Valencia, 1969) porque cuando parece que ha respondido a la pregunta, coge aire y suelta una perlita de esas que es mejor anotar y subrayar en un cuaderno cuanto antes para que no se te olvide jamás. Tiene un listado interminables de títulos académicos, pero en esta ocasión destacaremos que es doctor en Filosofía por la UIB y uno de los referentes de las Islas en competencias emocionales. Es codirector del único Máster en Competencias Emocionales. Se ha estructurado en cuatro módulos que abarcan desde el autoconocimiento, la autoestima y la asertividad hasta herramientas aplicadas a profesionales o docentes. Es un defensor acérrimo del Estoicismo y sostiene que hay un grave problema de educación emocional en nuestra sociedad.

¿Qué aspectos abordan las competencia emocionales?

—La conciencia emocional es la base. Esto significa alfabetización, ser capaces de nombrar e identificar aquello que sentimos (si es tristeza, rabia...). El segundo aspecto sería comprender por qué sentimos eso. A partir de aquí, iniciaremos la regulación emocional, que quiere decir ubicarnos y tener las herramientas que nos regulen a ello. Esto no trata de reprimir emociones ni dejarlas descontroladas, sino básicamente reconducirlas. Cuando alcanzamos la competencia emocional y la regulación emocional llegamos al tercer aspecto: la autonomía emocional. Esto ayudará a que, a pesar de que somos personas dependientes del exterior, tendremos herramientas que nos ayuden a regular lo que sentimos para conseguir cierto grado de autonomía y evitar la frustración y el malestar.

¿Aprobamos en educación emocional?

—Aquí hay un problema de falta de educación emocional. Se sabe que las emociones forman parte de nuestra biología, que se van desarrollando de la manera que cada uno puede. Cabe señalar dos periodos fundamentales en nuestra vida, los que van de cero a ocho años y de ocho a catorce años. De lo que la persona ve de los modelos referentes y del ambiente adquiere una determinada asociación. Para que haya, en definitiva, una educación emocional hace falta un entrenamiento previo. Por eso es importante que las competencias emocionales estén en los centros educativos y en los sectores profesionales.

Nos frustramos con facilidad.

—Precisamente, el Máster en Competencias Emocionales de la UIB, el único que hay en este campo, trata de aplicar recursos para reducir el malestar, la conflictividad y aumentar la cooperación y el bienestar. Al entrenar las competencias emocionales, toleraremos la frustración y el malestar. Esto no lo digo yo, sino 20 años de estudios. Desde finales de los 80, tenemos evidencia científica de que se puede entrenar el cerebro de manera equilibrada.

La pandemia nos ha despertado, entre otras cosas, la ansiedad.

—Lo que ha hecho la pandemia es evidenciar la dificultad que tenemos en competencias emocionales, en concreto dos: la capacidad de tolerancia a la frustración y a comprender nuestras emociones. Las emociones negativas forman parte de nuestra naturaleza adaptativa. Pero que sean negativas no quiere decir que sean malas, más bien menos agradables porque nos hace salir de la zona de confort. El problema es cuando nos sentimos mal y qué hacemos al respecto.

¿Cuáles son las necesidades del siglo XXI?

—Hay una cuestión que no es nueva pero que es una necesidad que se ha hecho más evidente hoy en día. Hablo de la incertidumbre generalizada ante la salud del planeta, los recursos naturales, la economía y las políticas de las relaciones intranacionales e interpersonales. También es cierto que hay cierta aceleración que provoca una sensación de límite y, a su vez, incertidumbre, duda. Ante esto, la angustia aumenta.

¿Y cómo podemos entrenar para evitar todo esto?

—Primero, con higiene mental, que significa sanear nuestros pensamientos, potenciar el realismo constructivo ante los pensamientos tóxicos, limitantes o destructivos. Segundo, con higiene física: ejercicio, dieta equilibrada con una buena hidratación y técnicas de respiración. Tercero, equilibrar el nivel de energía (el descanso).

El psicólogo Daniel Goleman, gurú de la Inteligencia Emocional, afirma que se requiere algo más allá del intelecto para que nos vaya bien en la vida.

—Es importante entender el sistema emocional como un GPS, en el sentido de que las emociones negativas –la frustración, tristeza o rabia– nos avisan de que las cosas no van bien. Una parte de nuestro trabajo consiste en hacer una reconstrucción cognitiva, pues eso dirige las emociones hacia un equilibrio. Hay que entender el malestar como un signo de orientación porque nuestra mente puede estar apuntando hacia una dirección y nuestro corazón no estar de acuerdo. Es importante que el pensamiento, el sentimiento y la acción vayan en armonía para que nos vaya bien.

¿Qué carencias emocionales tienen nuestro dirigentes políticos?

—Aquí debemos hablar de una cuestión evolutiva. Biológicamente, el cerebro del ser humano está diseñado para vivir en armonía con el resto de organismos vivos, que son el planeta y el Universo. Sin embargo, culturalmente esta capacidad todavía no está lograda. No hemos aprendido ni asimilado esta convivencia saludable. La cuestión política que ha interesado siempre a la Filosofía Clásica es qué capacidad de autoconciencia y autogestión tienen las personas encargadas de gobernar. Por eso Platón ya decía que para asegurar una conducta saludable entre las comunidades es importante que las personas tengan autoconocimiento y autogestión. Si un dirigente lo consigue, no se mostrará egoísta, avaricioso o se aprovechará del poder porque comprenderá el bienestar general de la sociedad.