La afectada, Mercedes, muestra las reclamaciones que ha hecho a Salut. | Jaume Morey

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A lo largo de su vida ha realizado siempre trabajos pesados. Los últimos años laborales seguidos de Mercedes Bernad fueron como camarera de piso en un hotel. Sin embargo, en 2016 se rompió. «Empecé con dolor de espalda y en Traumatología de El Carmen me vieron una hernia. El especialista ya me recomendó que dejara de trabajar porque me podía romper la espalda, pero yo no quería quedar mal». Mercedes volvió a limpiar habitaciones en el verano de 2017.

Recuerda con detalle la fecha en que «la espalda me hizo crac». Era 8 de febrero de 2018 y el dolor se trasladó a la pierna izquierda. «Nadie sabe lo que he sufrido desde entonces», asegura mientras apoya la cara entre sus dos manos. Ha perdido la cuenta de la cantidad de veces que ha tenido que acudir a Urgencias desde entonces y el proceso siempre ha sido el mismo, pastillas o inyecciones para el dolor y «pida usted cita con su médico de cabecera», le decían. Y de allí, otra vez a los especialistas.

En su haber está Traumatología, Psiquiatría, la Unidad del Dolor o Neurocirugía. En la actualidad, «vivo drogada las 24 horas para evitar el dolor», cuenta. Pero eso no es vida. El problema es que a pesar de pasar de una consulta a otra, con una pandemia de por medio, nadie le ha sabido decir, todavía, qué tiene exactamente y «ya no sé a qué puerta llamar».

En el año 2018 fueron apareciendo nuevos dolores, en concreto, en el codo derecho. «El médico me pidió una resonancia pero no me quiso poner una infiltración porque ya me había atendido por una cosa y se ve que no hacía 2 por 1», relata ahora. Indignada, pidió un cambio de especialista.

«El verano de ese mismo año, para poder comer, hice de peón de albañil con todo el dolor. Tenía que subir las escaleras de casa a gatas», recuerda. Poco después consiguió trabajar en un taller de confección. La cosa pintaba mejor pero el nivel laboral resultó demasiado extenuante. «Mis compañeros sufrían al verme, así que también dejé de ir», añade.

Sin embargo, la cuota de la hipoteca sigue llegando cada mes y dejar de trabajar no era una opción. «Me hice controladora de la ORA en el Port d’Andratx y aguanté dos días. Era como un Robocop», añade. Le dieron una baja laboral y su caso pasó a la mutua. En noviembre de 2019 le hicieron, finalmente, una resonancia.

«El neuocirujano me dijo que la espalda estaba mal pero que podía aguantar unos años antes de operar. Fue una visita de dos minutos», explica Mercedes Bernad. Desde entonces, ha conseguido que le hagan infiltraciones en la columna que le alivian el dolor durante dos meses pero luego regresa y con él vuelve la incapacidad de llevar una vida normal. «Soy como una bomba de relojería. Contesto mal a la gente, grito... Y ésa no soy yo. Es la rabia que tengo», cuenta mientras muestra las varias quejas que ya ha formalizado ante el sistema sanitario.

Palabras de agradecimiento

Para quien tiene palabras de agradecimiento es para su doctora de cabecera, del centro de salud de Andratx. «Ella está pendiente de mí, de que me vean». De momento sólo intuye que tiene lumbalgia crónica, de ahí que volvieran a derivarla al neurocirujano. En todo este proceso, que dura ya seis años, ha ido incrementando la medicación. Lleva un año y medio sin apenas ingresos. Vive de una pensión de viudedad y del trabajo de su hija, que todavía no puede pensar en independizarse pero sabe, y reivindica, que «así no puedo estar más».