Oxana enseña la imagen de su casa en Chernígov, destruida por la guerra. | Teresa Ayuga

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«Todo empezó en mi casa. La gente, muy solidaria, me traía de todo para ayudar en la acogida de mi familia –15 personas– que huyó de Ucrania. Pero luego te das cuenta de que, tarde o temprano, el interés acaba. Ya no somos la primera noticia en la televisión. Al principio, a la gente le dolía lo que sucedía en mi país, pero ahora no les sorprende. Se han acostumbrado como lo han hecho con la subida del precio de la gasolina». Anastasia Kvach cumplió anteayer 26 años y lleva más de 11 años en la Isla. Ni siquiera pestañea al hablar de la guerra. Su cara es de enfado cuando recuerda que «el lunes pasado bombardearon mi ciudad –Pryluky, cerca de Kiev–». Donde veía solidaridad, ahora ve que tiene que pedir favores, e insistir, para conseguir comida, material y alimentos.    Desde el inicio de la guerra, está en contacto con los ucranianos que llegaron a la Isla. Ante la gran demanda de ayudas, hace un mes que constituyó la asociación Amar Ucraïna en la Isla. El Espai Son Quint abre los lunes, martes y jueves.Los viernes reparte comida. Ayer, por ejemplo, recibieron durante la mañana a 50 ucranianos.

Anastasia teme que haya semanas en que no pueda donar material para bebé o alimentos. «Tiramos de donaciones de entidades», confiesa. «Los ucranianos no han recibido todavía las prestaciones económicas», apunta. La joven muestra las listas que tiene con los nombres de refugiados.Hay hasta 427 personas que tienen de referente a esta asociación. Su móvil no deja de sonar porque se responsabiliza de varios grupos de Telegram con centenares de personas. Opina sin pelos en la lengua que «hay asociaciones o entidades que se cuelgan las medallas sin hacer nada». Suelta alguna lágrima de la rabia que le supone «que se lucren» con esta guerra. Que ahora ayudar cuesta y de cada vez más. «¿Por qué vienen a nosotros?Porque somos su referencia para hacer cualquier cosa o tramitar papeles». No las instituciones.

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Natalia, tía de Anastasia, le entrega comida a Yuliya y su hija Sofia, en el espacio Son Quint, de la asociación Amar Ucraïna.

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Unas refugiadas miran ropa donada a la asociación.

Diarios de guerra

Oxana y su hija de 10 años han perdido su hogar. Allí, sin embargo, sigue su marido, que intenta reconstruir la vivienda poco a poco ahora que las bombas han terminado en la ciudad histórica de Chernígov. «Lo más duro que he vivido es ver a mi niña tapándose los oídos y tirarse al suelo al escuchar un misil». Oxana enseña desde su móvil la imagen de su casa toda derrumbada. Salieron sin nada tras pasar semanas escondidos en el sótano. Cruzaron por un puente con un corredor humanitario que, pocos minutos después, fue destruido por las fuerzas rusas. «Yo era pastelera, hacía tartas, y era muy feliz. No veo tan claro que esto acabe. Tampoco creo que vuelva porque si han atacado una vez, lo volverán a hacer», dice. El hogar de Ludmila Vasilivna, de 76 años, en Ternópil, se convirtió en un punto de descanso y salvación para 45 ucranianos que se desplazaban hacia Polonia desde diferentes puntos del país.    Aprovechó la salida de un grupo para marchar de su país. Dejó su casa para que una familia con un perro, que no conocía de nada, se quedara un mes. También dio cobijo a la familia de Anastasia, que se había visto obligada a pasar 10 horas en un coche. «Vine a Mallorca porque aquí tengo a mi hija. Mi hijo, sin embargo, está en la guerra. No tuve miedo al salir de allí. No tengo miedo a nada, he vivido mucho. Pero saldremos y ganaremos la guerra».

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Anastasia Kvach y Ludmila Vasilivna, refugiada de 76 años.

La asociación Amar Ucraïna ayuda a los refugiados a encontrar trabajo. Algunas, como Yuliya, consiguieron entrar en la restauración. Esta mujer era empleada de un touroperador en Úzhgorod. Tenía todo allí, hasta que tuvo que abandonar su hogar junto a sus hijos, de 13 y 4 años. Su periplo hasta Europa fue escalofriante: cinco horas en coche hasta Kiev, 27 horas en un tren y doce horas en Viena hasta coger un avión. Esta familia acudió al Espai Son Quint para buscar apoyo y comida. Tiene esperanza de volver a su vida normalizada.