Gabriel Ferret Sobral. | Joan Torres

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Ha muerto –y su cuerpo ha sido ya incinerado casi como él hubiera querido: sin que nadie se enterara– Gabriel Ferret Sobral, o simplemente Sobral; que así le    gustaba llamarse a sí mismo y que otras personas le llamaran. Nació en Palma en 1946 y estudió Medicina y Filosofía en Salamanca y Barcelona. Escritor y articulista de este periódico era, sobre todo, un inconformista, un ácrata y un espíritu libre. Se ponía el mundo por montera y desconfiaba de éste casi tanto como de la clase médica, pese a que incluso se animó a estudiar Medicina. El último artículo que publicó el miércoles en este periódico –en su columna La Eñe– se titulaba ‘Ciencia y paciencia’.   

Con Fernando González Corugedo, otro hombre de su generación, fue un estrecho colaborador de Camilo José Cela. Posiblemente la Enciclopedia del erotismo del Nobel gallego no hubiera visto nunca la luz, o habría sido otra cosa, sin sus aportaciones. Traductor, biógrafo (con Fernando González escribió Cela en Mallorca), autor de libros por encargo –y de libros que luego firmaron otros escritores con más renombre– era, además, cazador. Salía a cazar siempre que podía, solo o en compañía.

Entre libros

Lo material le importaba más bien poco, aunque en ocasiones lo expresara con mal humor o de forma desabrida. Y otras, con fina ironía. Y alguna vez, cuando le preguntaron por qué no escribía algún libro y lo publicaba con su nombre respondió: «Si hasta Belén Esteban escribe libros». Pero él vivía entre libros. Y algunas de las paredes de las casas que habitó (de alquiler, nunca quiso atarse a «una propiedad») estaban llena papelitos con frases de autores diversos. Era un polemizador excelente con quienes le interesaba polemizar. Y tenía en la cabeza toda La Comedia humana de Balzac. Se ha ido a morir en el arranque de la Fira del Llibre de este año.

Portada del libro sobre Cela, del que fue coautor.

Era un hombre de la era del papel y cuando aceptó llevar teléfono móvil (o «portátil», como precisaba) decidió utilizarlo como un fijo, dejarlo siempre sobre un mueble y no sacarlo de casa. Las restricciones de la pandemia le desconcertaron. Pensó que si ya cabía fiarse poco de la humanidad, esa ’sumisión aceptada’ no hacía más que confirmar sus hipótesis. Le costaba respirar y vivió hasta que pudo. Y hasta se despidió, sin que se notara que se despedía, de quien quiso despedirse. (No habrá funeral por Sobral. No podría haberlo. Siempre quedará un bar o una comida para quienes quieran recordarle).