Hilda Perelló y Joan Llinàs, madre y hermano de la fallecida, frente al centro de salud Escola Graduada. | M. À. Cañellas

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Hilda Llinàs apenas tenía 30 años y toda una vida por delante cuando se desplomó en las escaleras de su casa, camino al centro de salud. Iba a ser la sexta ocasión en la que acudía a ver a un médico en apenas 10 días. Su familia no conoce el motivo del fallecimiento, que podría ser por una embolia pulmonar, pero tienen la sensación de que «si hubiera estado ingresada en el hospital, el desenlace podría haber sido otro, no habría fallecido». Todo empezó a principios de enero, Hilda «tenía tos seca, dolor de cabeza, fatiga...». Puede parecer COVID-19, sobre todo porque su hermano Joan acababa de dar positivo, pero las pruebas (llegaron a hacerle cinco) insistían en que el virus no era.

Tras diez días con tos, «fuimos a Urgencias por primera vez al centro de salud de Escola Graduada, y le dieron un jarabe», explica su madre. «Al día siguiente tenía cita con su médico de cabecera, en Pere Garau, y le comentó que también le dolían el pecho y el costado pero solo le recomendó que siguiera con el jarabe, porque debía ser de tanto toser», añade su hermano, Joan Llinàs. Horas después, el mismo día, le tomaron las pulsaciones y «estaban altísimas». Tuvieron que volver a Urgencias. «¿Y esta mañana has venido y no te lo han mirado?, le dijo el médico que la atendió, que nos envió a Son Espases», relatan sus familiares.

Hilda Llinàs
Hilda Llinàs acababa de cumplir 30 años, era monitora de comedor.

En el hospital de referencia le detectaron la taquicardia, «le costaba respirar y le pusieron oxígeno y tres bolsas de antibiótico que le bajaron la fiebre. La estabilizaron y después, a casa», comenta Hilda Perelló, quien recuerda que le diagnosticaron neumonía. «Eran la una de la madrugada, creíamos que se quedaría ingresada», añaden. Llevaban seis horas en el centro. Con el alta, le recomendaron que acudiera a ver a su doctora de cabecera, días después, para que le hiciera una revalorización. Así lo hizo, y a los tres días la visitó. «Le dijo que no veía ninguna mejora y que volviera a Son Espases para que le hicieran placas», explica su madre.

De nuevo en el hospital, la respuesta fue que no había pasado el tiempo suficiente para mejorar.    «Le detectaron líquido en los pulmones, le cambiaron el antibiótico por si le funcionaba más rápido, y le dieron de nuevo cita, tres días después, para hacerle el seguimiento, hasta que...», a su madre se le entrecortan las palabras. Era el jueves 27 de enero. «Bajábamos por las escaleras y entre el cuarto piso y el tercero se me desmayó», relata su hermano, que estaba con ella. «Al principio respiraba, le costaba pero lo hacía. Llamé al 061 para que me ayudara una ambulancia hasta que dejó de respirar. Entonces llamé a un vecino, le pedí ayuda para bajarla a un rellano y hacerle una reanimación», añade Joan. «Estuvieron más de una hora intentándolo, le dieron tres descargas», recuerda Hilda Perelló.   

Todavía analizan lo que ha pasado. Han vuelto a hablar con los facultativos para encontrar una explicación pero siguen pendientes de la autopsia. «Ella se sentía desamparada, ¿de qué sirve ir al médico?, me dijo, si no tienes COVID-19 no te hacen ni caso», cuenta Hilda. Ambos sienten rabia. «Si la hubieran ingresado, si en vez de hacerla desplazarse, la hubieran visitado...», imaginan. «Es culpa de la COVID, en otro momento no hubiera pasado».