El senegalés Assane Diop vende calcetines y guantes, sobre todo. | M. À. Cañellas

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Trabajó en el campo desde pequeño. Con su padre recogía patatas y cebollas para venderlas en los mercados. En su ciudad natal, Saint Louis, al noroeste de Senegal, Assane Diop, de 57 años, aprendió las trabas de la vida. En la capital del país, Dakar, años más tarde, a vender ropa para poder comer. Y en Palma, a sobrevivir.

Se embarcó en un cayuco en 2006 con otras 145 personas. En aquel momento, malvivía y trabajaba en la ciudad costera de Mbour. Senegal es un país árido en empleo y oportunidades. Assane explica que cada año miles de personas salen de su país para buscar un futuro más próspero. Y llegan a España como destino principal.

Assane hizo una travesía de seis días hasta llegar a Tenerife. Al cabo de un mes, y con la ayuda de familiares en Murcia y Cruz Roja, llegaría a Mallorca, donde le esperaba un amigo de su padre. Así empezó con su business, como él mismo lo describe, que es la venta ambulante.

Se mueve por Pere Garau y el centro de Ciutat con un carro repleto de calcetines, guantes y calzoncillos que compra antes en un establecimiento chino. Su principal clientela, asegura, es la latina.

La venta ambulante señala de frente a la comunidad senegalesa. Es una vía rápida para ganar dinero debido a las grandes dificultades a las que se enfrentan nada más llegar, no solo por la lengua o la cultura, sino por las trabas administrativas. No existe un censo que englobe el número de manteros en Baleares, pero desde 2020 Càritas Mallorca y la Conselleria d’Afers Socials trabajan en conjunto para integrar al colectivo en las distintas ayudas sociales.

El servicio de información, asesoramiento y acompañamiento de las personas extracomunitarias que ejercen la venta ambulante (SIPEVA), financiado por el Govern con fondos europeos, ha localizado hasta 574 senegaleses que trabajan en la venta ambulante en la Isla, de los cuales un 60 %, unas 300 personas, se encuentran en situación irregular. La mayoría, 457 personas, son hombres y una pequeña parte, mujeres. Se distribuyen entre s’Arenal y el centro de Palma y viven en comunidad.

Dificultades

«Los que estamos en la venta ambulante lo hacemos porque queremos trabajar, pero no es algo que nos guste. No encontramos otra solución». Cheikhouna Mbaye, de 40 años, aterrizó en Mallorca en 2008. Desde entonces, solo ha conseguido trabajos de corta duración en la construcción y la hostelería, por lo que dejar la actividad en la calle no era una opción para él.

Los inicios no son fáciles para este colectivo. Casi todos llegan a Mallorca porque tienen conocidos o amigos. Les adentran en este mundo de la venta como única alternativa. El SIPEVA ha detectado incluso vendedores ambulantes que llevan más de 15 años en la Isla y todavía desconocen la lengua. Una vez que entran, cuesta salir ya que difícilmente llegan por su cuenta a las ayudas de las instituciones o entidades.

Cheikhouna tiene su base en s’Arenal. Pone a la vista de los viandantes collares, gafas y algo de ropa. Lo máximo que ha podido ganar en un día han sido 25 o 30 euros. Lo mínimo, cero euros. La temporada para ellos se centra en los meses de verano. Mallorca e Ibiza son las dos islas donde más se focaliza esta actividad. Son lugares concurridos de turismo donde obtienen pronto beneficio para comprar más productos. Assane Diop acude a cafeterías conocidas. «Antes vendía más, sobre todo a gitanos. En invierno la gente compra guantes y en verano abanicos. Cuando no había crisis, he llegado a ganar 50 euros».

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La mayoría del topmanta se distribuye entre Ciutat y s’Arenal.

Cheikh Ngalgou Ndiaye preside la Asociación de Inmigrantes Senegaleses en Balears (Yapo), una de las más veteranas en Mallorca que se creó en 1993. Conoce bien la realidad de los manteros. «Antes de elegir destino, miran si hay asociaciones senegalesas y ponen sobre la mesa el problema que tienen. Muchos llegan indocumentados. Llamamos a sus familias para que nos faciliten su certificado de nacimiento o alguna documentación para solicitarles el pasaporte».

Documentación

El Consulado de Senegal en España envía de vez en cuando a Mallorca un equipo móvil para facilitar los trámites administrativos a los indocumentados. Las últimas jornadas se celebraron el pasado mes de noviembre en un local de la calle Eusebi Estada.

Durante esos días, facilitaron a 400 senegaleses los trámites del pasaporte. «Ya solo para empadronarte te piden este documento, o para conseguir tarjeta sanitaria. Es un requisito imprescindible para acceder a los servicios básicos», asegura el presidente de Yapo.

Ser mantero es muchas veces sinónimo de racismo. Se enfrentan diariamente a insultos. Assane Diop reconoce que ha sufrido maltrato en algunos trabajos. «No me gusta vivir esa sensación, los senegaleses no somos violentos». En el caso de Cheikhouna, observa sin contestar a las palabras obscenas.

Son conscientes de la opinión que se desprende desde los pequeños comercios, pero la mayoría de los vendedores ambulantes se dan de alta como autónomos, lo que les permite comprar al por mayor los artículos en establecimientos chinos. También se agrupan en los pisos para compartir gastos y el precio de los alquileres.

Cheikhouna sueña con encontrar un trabajo de verdad: «He pensado varias veces en volver, pero allí es peor. Los primeros años aquí tuve que aguantarme y tener esperanza para encontrar algo». Así fueron sus inicios hasta que en 2014 obtuvo la residencia. Si preguntan a un mantero si recomienda venir a España, lo negará con la cabeza: «Yo no quiero que mi familia tenga una vida como la que tengo aquí», asegura Cheikhouna a este periódico.

Para las instituciones, son colectivos «altamente vulnerables por su situación social y económica», señala la consellera Fina Santiago, que espera que el trabajo que llevan haciendo junto con Càritas dé buenos resultados pronto. «El primer trabajo que hacemos es identificar a estas personas para que sepan que tienen derechos», como que pueden solicitar la tarjeta sanitaria.

A la venta ambulante llegan personas que no dominan la cultura o que no cuentan con herramientas suficientes para aprender el idioma. Fina Santiago constata que los senegaleses en situación irregular tienen «especial miedo a acudir a cualquier servicio público porque creen que les pueden controlar». Ponerse en la piel de un mantero sigue siendo un problema pendiente en la agenda política.