La ampliación de los usos del certificado COVID animó a unas 20.000 personas que no se habían vacunado a hacerlo. Ha sido la medida más coercitiva aprobada por el Govern. | Teresa Ayuga

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Más del 80 % de la población mayor de 12 años se ha vacunado contra la COVID en Baleares. El 82,6 %, de hecho, lleva al menos una primera dosis. Puede ser un porcentaje alto a nivel mundial, pero es el más bajo entre las autonomías del Estado. ¿Por qué es ésta la comunidad con más personas reticentes a la que se considera la mejor herramienta para erradicar la pandemia?

Más población extranjera. Uno de los factores que suele alegar la Conselleria de Salut es la gran cantidad de residentes, originarios de otros países, con una cultura de vacunación más escéptica que la española. Basta ver algunas tasas en la Unión Europea: en Alemania el 74 % de la población lleva la pauta completa; un 76,4 % en Francia; o un 77,82 % en Italia, en los tres países se han tomado medidas coercitivas de obligado cumplimiento. Baleares es la comunidad con mayor tasa de extranjeros residentes. Según las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadística, hay 219.773.

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Empadronados no residentes. El proceso de vacunación destapó un problema, que muchos ya intuían, de padrones hinchados en los municipios. Cuando el personal de Infovacunas y el de los centros de salud fueron llamando, una por una, a las personas que por franjas de edad no se habían vacunado detectaron muchos ilocalizables. Por dar una cifra, de las 182.786 personas, mayores de 20 años consultadas, no se encontró a 107.119. La responsable de la campaña, Eugenia Carandell, reconoció sin titubeos que hay más gente empadronada en Baleares de la que realmente reside. A nadie se le escapa, pues la situación es similar en Canarias, que los beneficios del certificado de residente a la hora de viajar es el principal motivo. Según la consellera de Salut, Patricia Gómez, además hay unas 45.000 personas que «siguen en nuestro denominador», que se habrían vacunado en otra comunidad autónoma.

Vaivenes en las decisiones la pandemia. Hay que reconocer que gestionar una situación sobrevenida, sin experiencia previa, no es fácil. Era de prever que se tomarían decisiones equivocadas y ya se dice: una vez visto, todo el mundo es listo. Quizás si, en ocasiones, la Administración no hubiera infantilizado a la población y se hubieran explicado mejor las dudas o incertezas a las que se enfrentaban, o los motivos de algunas decisiones, no habría una sensación de engaño que también ha ayudado al descrédito de las vacunas. Todo el mundo recordará aquella petición de no arramblar con las mascarillas «porque dan una falsa sensación de seguridad», como alegó la directora de Salut Pública, Maria Antònia Font, cuando en realidad no había stock suficiente. También es famoso aquel «hemos vencido al virus», del presidente Pedro Sánchez, tras bajar las tasas de infección de la primera ola por un confinamiento de más de 100 días. O la promesa más reciente: «en verano tendremos el efecto rebaño, con el 70 % de la población vacunada». La sexta ola es el ejemplo perfecto de la efectividad de la vacuna contra la COVID, pues como dijo la Ministra de Sanidad, Carolina Darias, en Baleares, «los datos son contundentes». En España hay evidencia de que los vacunados mayores de 60 años tienen un riesgo de hospitalización 14 veces menor y 20 veces menos posibilidades de morir. Pero es que al principio bastaba con dos dosis y ahora ya son tres. Baleares, de hecho, tampoco llega a la media estatal de población que se haya puesto el tercer refuerzo quizás por una especie de hartazgo que en ocasiones vence al miedo. Cambian los protocolos, los intervalos, las directrices... Y la incertidumbre, ya se sabe, es la enemiga más poderosa. Así que se ha tirado de certificado COVID obligatorio como una medida que anime a los indecisos. Y funcionó, al menos para unas 20.000 personas que al mes de activarse se pusieron la primera dosis.

¿Qué pasa con la población infantil? Aseguran algunos pediatras que hay muchos padres que, sin ser negacionistas (al fin y al cabo son una minoría), sí recelan de vacunar a sus hijos. Las sociedades pediátricas han informado en público de sus beneficios, de que apenas se notifican efectos secundarios leves, y han resuelto dudas, pero no convencen. En Baleares apenas el 33,7 % de los niños de entre 5 y 11 años se han puesto la primera dosis, lejos de la media estatal del 55,1 % o de Galicia, donde ya se ha alcanzado el 81,5 %. El IB-Salut cree que el hecho de que la vacunación infantil haya coincidido con la sexta ola es un factor determinante en la baja participación, pues ha habido una alta tasa de positivos en esta franja de edad, que ahora están obligados a esperar. Además también hace autocrítica con la estrategia seguida. Mientras que en muchas comunidades abrieron la vacunación el 15 de diciembre para todos los menores de 12 años, en Baleares se dividió. Primero fueron los de 9 a 11 y después el resto.