La vida de Carmen Garzón cambió hace un año y medio. | Pere Bota

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Bazo destrozado, múltiples fracturas faciales, contusión pulmonar, así como clavícula y nueve costillas rotas. Este fue el resultado del atropello que sufrió Carmen Garzón la noche del 17 de julio de 2020, cuando cruzaba un paso de peatones, a escasos metros de su domicilio, en el Arenal. Esa noche su vida cambió para siempre. Trabajaba como cocinera en un restaurante y volvía a casa después de celebrar con unos amigos el fin del confinamiento, las restricciones sanitarias y el resurgir de la temporada turística. Nunca pensó que la velada terminaría en la UCI de un hospital. El motorista que la dejó al borde de la muerte, y que trabajaba como repartidor en un bar oriental muy cerca de su casa, se dio a la fuga sin auxiliarla. Tuvo suerte de que hubiera testigos par ayudarla. Solo acababa de comenzar su calvario.

«No solo es el daño físico, es el dolor emocional. Te encuentras postrada en la cama, dolorida, preocupada por lo que vendrá en adelante. Entré en barrena, no entendía qué me pasaba. Sufrí un ataque de ansiedad...», relata Carmen, a la que todavía le cuesta entender cómo pudo venirse abajo. Sus problemas físicos terminaron haciendo mella en su salud mental. Ella, todo un ejemplo de coraje, que llegó hace 20 años a Mallorca desde su Granada natal, con dos niñas bajo el brazo y poco o nada en los bolsillos, huyendo de un matrimonio tóxico. «Lo peor vino después», agrega Carmen.

Ha estado un año de baja luchando con una rehabilitación durísima, mientras tanto el establecimiento de restauración en el que trabajaba echó el cierre, ahogado por las restricciones. En septiembre del año pasado se encontró sin prestación por desempleo, sin ahorros y acudiendo a sus conocidos para poder pagar el alquiler. «Tengo 52 años, jamás me he visto en una situación así, teniendo que pedir prestado a mis amigos para llegar a fin de mes. Intenté ponerme a trabajar, pero no he recuperado la movilidad en un brazo. No soy capaz de hacer según qué movimientos ni coger objetos pesados. Ya no puedo trabajar como cocinera, no puedo dedicarme a lo que sé, a lo que he hecho toda la vida», se lamenta Carmen, que se ha visto obligada a rechazar dos ofertas de empleo, al tiempo que veía impotente cómo le pedían que abandonara su casa porque no tenía con qué pagar el arrendamiento.

En esta situación, y residiendo de forma temporal en casa de un amigo, se vio obligada a acudir por primera vez en su vida a los servicios sociales del Ajuntament de Palma, llamando a la nueva línea de atención telefónica del Consistorio. «Gracias a Irene, la asistenta social con la que hablo desde hace varios meses, he encontrado un poco de ayuda y comprensión. No sabe lo bien que viene algo así en situaciones como la que estamos pasando muchos», apunta.

Carmen sobrevive ahora con una ayuda de 450 euros, que le tiene que dar para pagar una habitación, comer, el teléfono... a la espera de poder optar al Ingreso Mínimo Vital, ya que uno de los requisitos pasa por llevar un año empadronada, pero ella no lleva un año allí y tiene alquilada una habitación... la pescadilla que se muerde la cola, el laberinto de la burocracia. También tiene pendiente la posibilidad de una pensión de invalidez, pero para eso necesita el grado de minusvalía, y lleva seis meses esperando la llamada de la Seguridad social. Todo llegará.

A pesar de la situación de vulnerabilidad en la que está y a la espera del juicio que la enfrente con el hombre que la atropelló y que se dio a la fuga, se niega a perder la sonrisa: «Me cruzo con él de vez en cuando, sigue trabajando en el mismo establecimiento, y siempre que me ve, se ríe de mí. A pesar de lo que hizo, de dejarme ahí tirada como un trapo, tengo que aguantar eso todavía. Pero soy fuerte, no dejaré que me hundan», finaliza.

El apunte

La puerta de entrada

«Cada vez que veo al hombre que me atropelló, se ríe de mí»

Un nuevo servicio de cribado de primera atención social formado por 18 trabajadores sociales y 6 auxiliares; un punto de atención directa sin cita previa; una oficina dedicada exclusivamente a gestionar las ayudas económicas municipales de urgencia y las prestaciones de cobertura de necesidades básicas; así como un teléfono de atención (900-701-071) para las personas que solicitan información o necesitan ayudas sociales más o menos urgentes.

Estos son los cambios que el área de Bienestar Social del Consistorio palmesano puso en marcha hace un año. ¿El objetivo? Descargar de trámites burocráticos a los trabajadores,  mejorar la eficacia y que el servicio sea igual para todos. En especial desde que se inició la pandemia, cuando las peticiones de ayuda se dispararon, estos cambios se antojaban más que necesarios. Según datos facilitados por Cort, hasta octubre habían pasado por el servicio 3.287 personas.