En las horas previas a la entrada en vigor de la nueva restricción por la COVID-19 que limita en Mallorca las reuniones sociales de madrugada entre las 01:00 y las 06:00 horas, los turistas no renunciaban a la fiesta en la primera línea de la platja de Palma. | Youtube Ultima Hora

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Como casi siempre, la policía llegó, vio y venció. Ese podría ser el resumen del operativo conjunto antibotellón de la Policía Local y la Policía Nacional en la madrugada del domingo. Los agentes disolvieron la concentración de un millar de personas que habían empezado la fiesta la noche del sábado en el Balneario 6 de la Platja de Palma. Con un barrido contundente por el paseo, las fuerzas del orden liquidaron la fiesta las primeras horas en las que entraba en vigor la norma que prohíbe las reuniones de no convivientes en la vía pública entre la una y las seis de la madrugada. La multa de 1.000 euros es la menos cuantiosa.

Éxito policial

En poco más de diez minutos, las fuerzas de seguridad dispersaron a los mil turistas que se acumulaban en la primera línea del paseo gracias al esfuerzo de agentes de a pie, en moto, coche y furgones. La multitud, formada en su mayoría por jóvenes alemanes de una veintena de años, se fue reuniendo en los bancos a la altura del bar Linos. La música sonaba a tope en altavoces portátiles mientras coreaban Viva Suiza, en alemán.

La intervención policial se llevó a cabo sin incidentes pasados diez minutos de la una de la noche. El único momento de tensión se vivió durante el barrido, cuando un turista musculado se encaró a un grupo de policías gritando enfurecido ‘No fotos’, mientras el dispositivo iba dispersando a la multitud hacia fuera. Afortunadamente, el incidente no pasó a mayores y el joven se fue. Una vez terminado el operativo, los jóvenes se dispersaron por las calles de la segunda línea.

El camión de la basura pasó en último lugar. Recogió los desechos que habían dejado los turistas a su marcha. Al contrario que en la noche del viernes, la policía no utilizó el dron de vigilancia para controlar el flujo de personas que participaban en la reunión etílica.
Desde su taxi, Toni Oliver era testigo, como cada noche, de los excesos de los turistas en la Platja de Palma. Su situación es contradictoria, como la de muchos de sus compañeros: «Esto es una locura –nos comentaba–. No me gusta nada lo que pasa pero tengo que llevar dinero a mi casa. Los turistas son los que me dan de comer».
Zonas controladas

Dejando atrás la Platja de Palma, la policía tomó cartas para erradicar cualquier intento de botellón masivo en los puntos calientes de la ciudad. En el Passeig Marítim, la Policía Local estableció un control de tráfico para prevenir el acceso de jóvenes ávidos de fiesta y alcohol como en la noche del viernes.

En el polígono de Son Castelló, por su parte, los agentes bloquearon los accesos con vallas de plástico vigiladas por un coche patrulla. Los dos dispositivos fueron un éxito y persuadieron a los jóvenes deseosos de realizar botellón de quedarse en sus casas o, en el peor de los casos, de ir a otro lugar.

Una vez conseguido el éxito de dispersar el botellón en la Platja de Palma y otras zonas calientes, cabe preguntarse si los cuerpos de seguridad continuarán desplegando el gran número de efectivos que se necesitan para hacer cumplir la normativa del Govern y minimizar el riesgo de contagios masivos. Lo cierto es que cuando los bares y otros establecimientos cierran sus puertas, los jóvenes se quedan en la calle con ganas de fiesta. Ahí está el origen de todo lo que viene después.

Botellines de agua a dos euros y cajas de tabaco a doce

Uno de los papeles protagonistas del ecosistema del botellón en la Platja de Palma recae en los vendedores ambulantes. Los hay que venden accesorios extravagantes como sombreros coloridos, megáfonos o monos de peluche y otros que se dedican a dispensar bebidas o tabaco. Un botellín de agua cuesta dos euros, mientras que una caja de tabaco Marlboro, doce euros, es decir, siete más que en el estanco. Las latas de cerveza, reinas de la fiesta, también cuestan varias veces el precio del súper. Los vendedores las llevan en bolsas de plástico con hielo.