Personal sanitario preparando una vacuna. | BORJA SUAREZ

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Allá por los años sesenta, dos americanos, Maxwell McCombs y Donald Shaw, postularon la teoría de la ‘Agenda Setting’. Según ellos, los medios de comunicación no son decisivos en determinar qué hemos de pensar pero sí sobre qué hemos de pensar. Consiguen esto haciéndonos reparar en unos asuntos pero no en otros, señalándonos ciertas noticias pero ignorando otras. Después, apuntan los dos académicos americanos, puede que ni siquiera nos sugieran qué hemos de opinar, pero ya les basta con habernos orientado las miradas, con haber captado nuestra atención.

Esto, más allá de la intencionalidad, es un fenómeno bastante natural: si yo hago que mis lectores reparen en lo bien o lo mal que lo ha hecho tal o cual político, estoy convirtiendo esa gestión en el centro de la atención. Mientras tanto, todo el resto de cuestiones pasan inadvertidas. Da igual que hablemos bien o mal de algo, lo importante, sostienen McCombs y Shaw, es si hemos puesto las miradas del público sobre ese asunto, al que por ese motivo ya convertimos en relevante.

Apliquemos esto al asunto de la COVID. Usted, como yo, puede tener una opinión sobre Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil. Ahora me da igual cual es. Lo que todos tenemos claro es que el virus en ese país está descontrolado, que se ha contagiado hasta el último aborigen del Amazonas y que no dan abasto a atender tanta epidemia. A partir de ahí, no hace falta que nadie diga nada porque lo normal, lo natural, la consecuencia inevitable es que usted piense que la gestión de Bolsonaro ha sido desastrosa. De lo que nadie de nosotros debate es de que Brasil está hecho un desastre, de que debe de ser el peor país del mundo en materia de coronavirus. Los medios nos han mostrado las imágenes que no engañan. Las opiniones vienen después. Y son libres, si a partir de esos datos usted puede ser libre.

Efectivamente, todo lo que nos han dicho es verdad. Rigurosamente cierto. Pero nos faltaría la foto de conjunto: Brasil tiene muchos enfermos, pero ¿como saldría en una comparación con otros territorios? Sorpresa: Brasil, con poco más de 300 casos por cien mil habitantes, está mejor hoy que la Unión Europea que, en conjunto, está en los 350 casos.

Yo no tengo la menor simpatía por un presidente que para mí está bastante desquiciado, con tendencias fascistoides indudables. Sin embargo, me he quedado muy sorprendido al ver que la situación del virus en ese país es mejor que la de Europa, y que nosotros, desde aquí, parece que le estuviéramos dando lecciones de cómo debería hacerlo.

Esto nos conduce a un fenómeno absolutamente natural en los medios de comunicación: somos incapaces de ofrecer al público toda la realidad. Todo lo que ofrecemos puede ser real, pero nunca es toda la realidad. Simplemente porque no es posible. Yo ahora me fijo en Brasil, pero dejo de hacer comentarios sobre Perú, lo cual hubiera sido un dato complementario de agradecer; hablo de los enfermos, pero no de los fallecidos, que también podría aportar información; digo ‘Brasil’ y no menciono si esas víctimas están concentradas en las zonas urbanas o rurales, en el norte muy empobrecido o en el sur, mucho más rico. Porque no es posible decirlo todo. A veces, de cara a sostener nuestra narrativa, tal vez no nos convenga, pero en todo caso nunca es posible abarcarlo todo. La comunicación siempre es excluyente, siempre se deja cosas en el tintero. Y, también por naturaleza, siempre convierte un tema en estrella, ignorando otros, tal vez más importantes, tal vez más sensibles. Ese es el verdadero poder del comunicador, decían McCombs y Shaw: marcar la agenda, orientar las miradas, señalar con el dedo.

Como casi todos cometemos errores –a veces incluso atropellos–, orientar las miradas es suficiente para generar impopularidad, censura, crítica; o aplauso, apoyo, entusiasmo. Si decimos: «Brasil está viviendo una situación caótica», estamos invitando a censurar a Bolsonaro; si dijéramos «Brasil tiene menos COVID que Europa», proponemos el elogio. Y en los dos casos las afirmaciones son correctas, verdaderas; las opiniones, en cambio, serán muy diferentes.

Por algo los políticos están locos por controlar los medios de comunicación. Sobre todo para distraernos haciendo que miremos a donde no interesa a nadie. Sobre todo, donde no les interesa a ellos.