Antoni Picazo. | J.M.A.

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Antoni Picazo (Artà, 1960) es uno de los mayores expertos en la cuestión xueta y en la brujería en Mallorca, aunque en esta entrevista explica que el concepto de bruja en la Isla tuvo sus matices.

En Catalunya se han publicado un atlas de la cacería de brujas y el manifiesto ‘No eren bruixes, eren dones’ para reivindicar la memoria de estas mujeres. ¿Se podría hacer lo mismo en Mallorca?

—No sería lo mismo, pues los casos de brujería en Mallorca son muchos menos que los de Catalunya. Aquí, más que de brujas, se hablaba de fatigueres, que tendrían más que ver con el concepto de hechiceras. Otra diferencia con Catalunya es que allí los juicios eran asumidos por los tribunales locales, sobre todo en la franja de los Pirineos. Aquí, los procesos los asumía la Inquisición.

¿Cuántos procesos hubo aquí y en qué epòca?

—Podemos hablar de una treintena de procesos entre los años 1500 y 1800, aunque sólo la mitad acabaría en una condena y casi siempre con penas leves. No obstante, los procesos duraban meses y tenían una gran repercusión social en una isla tan pequeña como Mallorca.

Habla de hechiceras más que de brujas. ¿Qué actividades eran las más perseguidas?

—La medicina estaba poco desarrollada y pocos pueblos tenían médico. En ese escenario, había personas que practicaban supuestos encantamientos y actuaban como curanderos. Preparaban brebajes para curar enfermedades o para enamorar a alguien. También ofrecían amuletos para los viajes.

¿La Inquisición actuaba de oficio o se basaba en denuncias?

—Sobre todo funcionaban las denuncias. Hay casos de encantamientos para causar daño a alguien o de uso de plantas tóxicas para envenenar. La competencia amorosa era una cuestión muy presente, tanto para enamorar a la persona pretendida como para eliminar al rival. Tras todas estas denuncias, casi siempre se encontraban tensiones o celos entre particulares.

¿Cuál fue la pena máxima a una supuesta ‘fatiguera’?

—Hacia 1670, una mujer de Palma fue acusada de donar mal bocí, es decir, echar un mal de ojo a un hombre para que cayera por unas escaleras y se rompiera una pierna. Fue condenada a salir de Palma durante dos años, fue obligada a montar sobre un asno por las calles de la ciudad y, finalmente, recibió cien latigazos. Hemos hablado de una mayoría de penas leves, pero, evidentemente, ésta no lo sería.

Supongo que este tipo de prácticas eran juzgadas por la Inquisición porque eran consideradas contrarias a la religión.

—En efecto. No hay que olvidar que muchas de estas prácticas aprovechaban cuestiones de fe, por lo que la intervención de la Inquisición era inevitable. A mediados del siglo XVII, hubo el caso de un sacerdote que practicaba una medicina más bien heterodoxa. Ya había sido condenado en Barcelona por la misma causa. Llegó a tener colas de cien personas que esperaban recibir sus tratamientos, supuestamente prodigiosos. Los médicos le denunciaron. Finalmente, fue enviado a Eivissa.

Tal vez en Mallorca no hubo brujas propiamente dichas, pero sí existen en leyendas, ‘rondalles’ o en algunos topónimos.

—Sí, existen el Puig de ses Bruixes, la Cova de ses Bruixes o la Cova de la Bruixa Joana. Las brujas que aparecen en las leyendas mallorquinas no serían malignas, sino más bien gamberras. Lo mismo podría decirse de los dimonis de Sant Antoni. No encarnan el mal. Son más gamberros y traviesos que otra cosa. También existe la figura de los negrets, que vendrían a ser unos duendes más preocupados de hacer travesuras.

¿No había ‘bruixots’?

—No. Las cuestiones perversas siempre se relacionaban con las mujeres.

'No eren bruixes, eren dones’

El manifiesto ‘No eren bruixes, eren dones’ reivindica la memoria de más de 700 mujeres que en Catalunya fueron injustamente juzgadas, criminalizadas y ejecutadas por supuestas prácticas de brujería. De momento, más de 150 historiadores de todas las universidades de Catalunya se han adherido al manifiesto.